viernes, 30 de abril de 2010

Sobre José Tomás


Carlos Loret de Mola
Historias de reportero
27 de abril de 2010
EL UNIVERSAL
Fotografía: Paloma Aguilar

Con mucho respeto para los antitaurinos
En la enfermería de la plaza de toros de Aguascalientes se respira la muerte de José Tomás. Tendido en la cama quirúrgica, el torero más grande de los últimos tiempos es el único que no alza la voz. “Me duele mucho la pierna”, dice apenas a su amigo de toda la vida, Fernando Ochoa, espada también, que acaba de bajar del tendido donde presenciaba la corrida.
Los demás gritan: Andrés, el hermano del matador, no encuentra una tijera para cortarle el traje de luces, la enfermera no se da abasto para colocar las cuatro, cinco mangueras de catéter que exige la emergencia, dos médicos están sobre de él taponándole a mano limpia el borbotón de sangre que surge de su muslo izquierdo, otro está enfrente mordiéndole el cuerpo con pinzas —¡faltan pinzas!— para despejar el camino de la urgente cirugía. La hemorragia no se detiene.

El doctor Alfredo Ruiz, sereno, toma una decisión: coge su bisturí y abre sin anestesia, como único método para salvar la vida de El Príncipe de Galapagar. Ochoa comprime con toda la fuerza de su mano derecha la bolsa de A negativo para que salga más rápido y con la izquierda sostiene la del torero herido, quien aprieta de cuando en cuando y salta los ojos. Todos llevan cara, ropa, brazos húmedos del rojo de la tragedia. José Tomás, máscara de oxígeno sobre un rostro que se va volviendo amarillo, lleva 25 minutos aguantando sin quejarse hasta que lo sedan.

José Tomás se está muriendo. Él lo sabe. Navegante le acaba de penetrar el muslo con el cuerno. Le rompió las venas y arterias que pasan por ahí —femoral, safena, ilíaca. “Como llave de agua abierta”, explica el subalterno Alejandro Prado, quien frente al toro soltó el capote y le metió la mano para taparle la fuga a carne viva y no dejar que falleciera ahí, en la arena. “Tranquilos, tranquilos”, les dijo el español mientras lo levantaron del ruedo.

Del ruedo a la enfermería José Tomás perdió tres litros de sangre. El altavoz de la plaza pide donadores. Se juntan 300 personas afuera del servicio médico y luego en el hospital. En total, le inyectaron ocho litros. El cuerpo humano alberga cinco. Si Pitágoras no miente, por las venas del diestro español corre hoy sangre mexicana.

—¿Cómo estás? —le pregunta un entrañable al entrar al área de terapia intensiva del hospital Hidalgo de Aguascalientes, 37 horas tras la cornada.
—De puta madre —que en ibérico quiere decir “maravillosamente”.

José Tomás mueve la pierna para demostrarlo y sonríe burlándose de la muerte. Ha de ser por su sangre mexicana.

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