martes, 13 de abril de 2010

La Muerte del Toro ( Francis Wolff)


Cuando los argumentos giran alrededor del dolor del toro comienzan a agotarse, el detractor de la fiesta escoge el nervio central de la lidia: la muerte. Preguntan: ¿por qué matar al toro? ¿Tenemos derecho a hacerlo? ¿Es necesario? Esta protesta sincera contra la muerte del toro se formula de manera confusa. No se sabe bien lo que se condena: ¿el acto de matar a un animal? ¿El hecho de matarlo para algo diferente de comérselo (como si el toro no nos lo comiéramos, y como si comer fuera la finalidad más elevada y la más defendible)? ¿O el hecho de matarlo en público? Habitualmente es ese último punto el que genera el mayor malestar, en la imaginación de la gente. No el acto en sí, sino su publicidad. Estamos rozando lo irracional. Nos damos cuenta de que, tras la ``defensa del animal´´, se disimula un malestar ante la visibilidad de la muerte. ``¿Ni valdría más ocultarla?´´

Razón 11: ¿Tenemos derecho a matar animales?

El respeto absoluto de la vida humana es uno de los fundamentos de la civilización. No sucede lo mismo con la idea de respeto absoluto hacia la vida en general. De hecho sería contradictorio con la idea misma de vida: la vida se alimenta sin cesar dela vida. Un animal es un ser que alimenta de sustancias vivas, sean vegetales o animales. Proclamar por tanto que todos los seres vivos tienen derecho a la vida es un absurdo ya que, por definición, un animal sólo puede vivir en detrimento de lo viviente. Los animales se matan entre ellos para cubrir sus necesidades, y no exclusivamente nutritivas (contrariamente a lo que comúnmente se cree), a veces lo hacen por agresividad, por juego, o por instinto de caza (como en los casos del gato, del zorro, o de la orca)… De la misma forma, los hombres siempre han matado animales: bien, porque tenían la necesidad de hacerlo para deshacerse de bestias dañinas (portadoras de enfermedades o causantes de plagas), bien para satisfacer sus necesidades, nutritivas o de cualquier otro tipo: cuero, lana, etc.; bien, por razones culturales o simbólicas (sacrificios religiosos, demostraciones cinegéticas, juegos agonísticos). Pero lo propio del hombre, que le diferencia de `` los demás animales´´, es lo siguiente: cuando mata un animal respetado (y no una bestia dañina de la que tiene la obligación de deshacerse), el acto de darle muerte va generalmente acompañado (en las sociedades tradicionales o rurales) de un ritual festivo o de una ceremonia expiatoria. Hay una excepción a esta regla: la muerte mecanizada, estandarizada, e industrializada de los mataderos. Ésta es fría, silenciosa, ocultada y – por decirlo de alguna forma – vergonzosa, que es lo que caracteriza nuestras sociedades urbanas. La corrida de toros satisface al mismo tiempo las necesidades físicas (el toro es comestible) y simbólicas (las corridas de toros son un combate estilizado y una ceremonia sacrificada). Y, al contrario del matadero industrial, siempre van acompañadas de todas las marcas de respeto tradicional hacia el animal: ritual regulado precediendo el acto y recogido silencio en el momento de la muerte. La pregunta del ``derecho a matar´´ animales se plantea por tanto mucho más ene l caso del matadero industrial que en el de la muerte del toro en el ruedo.

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