martes, 20 de abril de 2010

Francis Wolff La muerte del Toro

Razón 15: La norma taurómaca consiste en afirmar que no se puede matar al animal sin arriesgar la propia vida.

Prueba fehaciente del respeto hacia el toro es que la corrida sólo se puede dar muerte al toro poniendo el torero en peligro de su propia vida. El deber de arriesgar la propia vida es el precio que uno tiene que pagar para tener el derecho de matar al animal. Lo que hace posible la necesidad de la muerte del toro (argumento 10) es la posibilidad siempre necesaria de la muerte del torero. La mayoría de normas que ilustran la ética taurómaca se inspiran en esta norma esencial: engañar al toro para no resultar cogido pero exponiendo siempre el cuerpo al riesgo de la cornada. A la inversa, si se vence sin peligro se triunfa sin gloria.

Razón 16: El toro no es abatido, tal como atestigua el ritual taurómaco.

La corrida de toros no sería nada sin un ritual. Desde el paseíllo inicial hasta las mulillas que arrastran el cadáver del toro, todos los actos, todos los gestos, todas las actitudes de los actores intervinientes están ritualizados y tienen su sentido. El ritual porta dos finalidades. Proteger simbólicamente los actos de un hombre que arriesga su vida de cualquier accidente imprevisible, al rodearlos de una tranquilizadora barrera repetitiva. Envolver con un ritual festivo y trágico a la vez los momentos en los que se juega la vida de un animal respetando (ver argumento 11) y por lo tanto singularizado. Al toro se le distingue como un ser vivo individualizado que cuenta con un nombre propio conocido por todos y con una procedencia genealógica sabida por los aficionados, y al que muchas veces se le aplaude su belleza, se le ovaciona por su combatividad, e incluso se le aclama como a un héroe. ¿Alguien hablaba de desprecio o de crueldad? Habría que hablar de admiración. (argumento 26)

Razón 17: El toro no es abatido, se le respeta en su propia naturaleza

El toro de lidia es un animal bravo, lo que significa que es por naturaleza desconfiado, taciturno y agresivo. Esta natural combatividad no tiene nada que ver con la del depredador azuzado por el hambre, puesto que el toro es un herbívoro, ni tampoco está vinculado con un instinto sexual, pues se manifiesta también ante individuos de otras especies. Para un animal como éste, una vida conforme a su naturaleza ``salvaje´´, rebelde, indómita, indócil, insumisa, tiene que ser una vida libre – por tanto la mejor posible. Y así, una muerte conforme a su naturaleza de animal bravo tiene que ser una muerte en lucha contra aquél que cuestiona su propia libertad, es decir, contra aquel ser vivo que le disputa en su terreno su supremacía. Éste es el drama que se muestra en el redondel: el toro libra su último combate para defender su libertad. ¿Sería más conforme a su bravura y a la propia naturaleza del toro vivir esclavizado por el hombre y morir en el matadero como un buey de carne?

Razón 18: ¿La mejor de las suertes?

Es debido a un proceso de identificación por lo que el animalista sólo es capaz de imaginar al toro como chivo expiatorio del hombre. También dicho proceso hace que algunos lo vean como víctima y no como combatiente. Así, puestos a identificarse con el toro propongamos a esos animalistas que se identifiquen con otras especies bovinas y pidámosles que elijan cuál es la mejor de las suertes: la del buey de tiro, la del ternero de carne (criado normalmente en batería y muerto a corta edad) o la del toro de lidia: cuatro años de vida libre a cambio de quince minutos de muerte luchando. Entonces la pregunta sería: ``¿con quién quiere usted identificarse?

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