domingo, 20 de julio de 2008

ANACRONISMO DE LOS TOROS / Foxá


POR AGUSTíN DE FoxÁ

ABC. Madrid, 24 de Abril de 1957

El secreto de los toros reside en que es un espectáculo anacrónico. Cuando vuela un avión a reacción sobre el embudo dorado de la plaza, uno se asombra de que sean contemporáneos los hombres de arriba -tocando botones, radares, ondas hertzianas, luces parpadeantes en verde y rojo, palancas de robot, en el límite de los viajes interplanetarios- con los hombres de abajo, de verde manzana y plata, de corinto y oro, ídolos asiáticos con espada y lanza y saetas de papel rizado, entre caballos y toros, manejando la sangre en lugar de la gasolina, con la Muerte allí, en el diamante de la puntilla, que desconecta al toro de la red eléctrica de la Vida. O con la enfermería, entre santos óleos.

Cuando se desintegra la materia y se forma el hongo venenoso de ecuaciones de la bomba de hidrógeno, todavía unos mozos matan con la espada como en los albores de la Edad del Bronce. En torno a la plaza, de esta isla primitiva de relinchos y mugidos, de esa gota de selva, de esa partícula de Génesis, rugen los claxons, las bocinas, los motores del mundo hecho por el hombre, con su fauna mecánica, con sus "autos" -coches amputados de caballos-, con sus motocicletas con una muchacha a la grupa como un recuerdo atávico de la jaca; con su biscuter, mestizaje o cruce entre el automóvil y la motocicleta.

Vigilan al combate virginal, primitivo, fresco, palpitante, no unos ojos humanos, sino lentes de máquinas de turistas, teleobjetivos, cóncavas pupilas del "cine" en colores.

Una concesión del ruedo sangriento, de ese "confetti" de desierto, a la vida moderna, es el camión que riega la plaza con su abanico, con sus dos alas de agua.

Pero a los toros los siguen arrastrando las mulillas, siempre un poco espantadas ante la cabeza muerta. Y ni una rueda gira sobre la arena porque la rueda es humana; ninguna creación divina la utiliza; sino piernas o patas, o el reptar, o las aletas, o las alas.

El hombre de la ciudad; el de las oficinas y los empleos; el del piano tedioso de la máquina de escribir; el del alfabeto, sin poema de amor, de la taquigrafía; el de los archivos -que son los nichos de las cosas-; el de la hipoteca, que es lo más opuesto a un bosque en Primavera; el de los tranvías, que es la negación del libre galope; ese hombre va a la plaza a rejuvenecerse, a oír mugidos que jamás serán congelados en la serpiente del hilo magnetofónico; a escuchar relinchos que nunca se extenderán a secar, como ropa blanca, en los hilos de teléfono; a ver la sangre sin análisis ni velocidad de sedimentación; a contemplar apagarse corazones que no conocen el electrocardiograma. Los toros traen el campo a la ciudad, su paisaje de encinas y de ríos, sus florecillas amarillas o moradas de la Primavera. Hombres que nunca han visto la luna, ciudadanos del asfalto y de la propiedad horizontal, hablan de cuántas hierbas tiene ese toro; de los pastos de mayo que embravecen; de por qué los toros de aquella ganadería tienen las patas tan fuertes, ya que el abrevadero está a muchos kilómetros de “sus cerrados; y comentan cornadas, de las cuales ya nadie muere en el mundo. Los toros son el espectáculo de un pueblo religioso que juega con el Más Allá; no tienen nada de república ateniense (deporte), sino de Imperio romano (sacrificio).

Tenía razón aquel aficionado cuando decía que a los toros no iba uno a divertirse (el fútbol es mucho más divertido), porque tienen de todo menos de entretenidos. El toreo es intuitivo y racional, y matar frente a frente es maravillosamente absurdo existiendo mataderos de punzón eléctrico y frigoríficos donde la carne viva se convierte en cosa acartonada.

Todo lo que en el ruedo sucede es imprevisto y deslumbrante y allí se congrega todo lo inesperado; hay en los tendidos indios turistas de Bombay, chinos miopes; y entran, volando, villanos portadores de semillas; y alguna vez planea una paloma de tendido a tendido; o se suelta un globo; y discuten, y están a punto de pegarse, un abogado y un médico por la cojera de un toro; y preside un Rey o una princesa; y dos Felipes Segundos pintados por Velázquez -los alguacilillos- llevan al galope una enorme llave que no abre ninguna puerta.

En los toros se venden, astronómicamente, como en un eclipse, el sol y la sombra; ya semejanza de las rústicas cosechas, el espectáculo depende de la lluvia; de una nube que pasa.

Las gentes están tan tristes a la vuelta de los toros porque retornan a la vulgaridad, a la Civilización, a todo lo artificial y antibiológico.

Muchos pueblos han jugado con los toros; desde; hace miles de años en Creta, hasta el actual "rodeo" americano donde algunos capotazos de auxilio al vaquero caído son como la prehistoria de la arqueología del toreo. California está a punto de inventar las corridas de toros; como en las reelecciones de sus presidentes, Norteamérica está descubriendo la Monarquía.

Están tan en la entraña de nuestros sueños ancestrales los combates de toros, que han suscitado poemas, romances, novelas, esculturas, cuadros, músicas, grabados y óperas y todavía no ha surgido, ni creo que nacerá nunca, la Carmen, de Bizet, del fútbol; ni habrá tapices de Goya sobre un "penalti"; ni romances de Federico o décimas de Gerardo, a un "corner".

El toreo es casto y sensual; pueden ir a él los frailes y los niños, pero jamás una mujer es más apetecible que ensangrentada de claveles en una barrera de sol.

Antes, los toros eran más hermosos y bárbaros, y más imaginativos. Había plazas partidas; matadores en zancos; saltos a la garrocha; hombres como Martincho, que, esposado, saltaba desde una mesa sobre el lomo del toro; enanos y gigantes; globos de humo caliente; luchas de toros con leones y tigres; perros de presa...

Ahora, al intelectualizarse, las corridas han perdido vitaminas. Porque lo excesivamente clásico comporta algo de tedio. Y cuando se ve ese esqueleto de mármol, que es el Partenón, se siente, a veces, la nostalgia de las anárquicas gárgolas y de los monstruos de las sillerías de coro de nuestras Catedrales.

Cuando un pueblo sobre un bistec ensangrentado coloca, en lugar de mostaza, unas banderillas de lujo, se encuentra lejísimos de lo cartesiano y de la lógica.

Como el mito de Fausto y Mefistófeles, el toreo devuelve la juventud a la ciudad envejecida de reglamentos urbanos.

El toreo está fuera de nuestro tiempo; es un drama de capa y espada en el siglo del cinemascope. Y cuando un espada brinda a una bella mujer de anhelante pecho la muerte del toro, revive un piropo de hace veinte mil años.

miércoles, 16 de julio de 2008

Sensibleros salvajes

Por Conrado Roche Reyes

Periódico Por esto, 2 de septiembre de 2005

Arthur Miller acudía por primera vez a los encierron de San Fermín, en Pamplona. En posterior rueda de prensa, la inevitable pregunta: ¿Qué le ha parecido? Miller contestó: "Bueno, es una experiencia única. He asistido a un espectáculo donde se da la circunstancia de que son los animales quienes corren detrás de las personas y no al contrario como ocurre siempre". Sutil respuesta difícil de captar. Después, asistió a la corrida propiamente dicha. Ahora se habló de la fiesta de los toros. En la rueda de prensa afirmó la fascinación que le produjo la corrida y cuanto le rodea. Miller destacaba la "prueba" que suponía colocarse enfrente de un toro. También logró captar la esencia, la filosofía y el arte del toreo. El componente estético y plástico llamaron su atención. Jamás, en ningún momento hubo referencia alguna, ni siquiera tangencialmente a los manidos argumentos con los que los detractores de la fiesta y con lo que están tratando de forjar su propia leyenda negra aluden.

Ponemos como ejemplo a Miller porque es de las antípodas del sentimentalismo o folclorismo, o machismo de cualquier intelectual. Nadie más directo para escribir y hacernos creer hasta lo increíble.

Es por eso inexplicable que ciertos pequeños grupos acudan todos los domingos a la plaza México a reivindicar, a reivindicarse con la vida. Me ha tocado de compañero de tendido a un irlandés que sabía más de toros que de James Joyce y se supone que los europeos son los más cultos y sensibles del mundo. A éste, lo encontré en pleno goce de una gran faena. No me explico ese afán de los defensores de los animales de tomarla contra la fiesta. Y lo patéticas que se ven algunas de estas "protestantes" que acuden con ropajes prehispánicos.

Qué tiene que ver una cosa con la otra? Es en realidad lo esperpéntico de la idiosincrasia y el protagonismo. Dicen como argumento que el torero acude por su propio gusto a su encuentro con la eventual muerte, no así con el pobrecito animal (que a veces, más de lo que se imaginan, sale triunfador de este trance) que de todas maneras será sacrificado en la soledad y lobreguez de un rastro entre mugidos de dolor.

Enfoquen sus energías a otras cuestiones más apremiantes. A lo que sobajen en un banco, haciendo largas colas llueve o truene a cobrar miserable pensión, acude también, y no por gusto, nuestros jubilados y pensionados.

Los menesterosos, los desarraigados, esas sí son en realidad especies en peligro de extinción y por la sistemática mano del hombre en el caso de los ancianos, los desamparados y los niños. ¡Ah! pero ahí sí existe peligro real (no digo que los vayan a torturar), pero sí el de perder la chamba, canongías, la lana para la "asociación", etc.

Alguien tan docto como Gregorio Corrochano expresaba que la nómina de extranjeros ilustres bastaba para conducir los destinos de la fiesta, en hermosa metáfora. Cómo olvidar a Hemingway, de momento, apuntillemos con las palabras del francés Alejandro Dumas: "El hombre y el animal se encontraron cara a cara. El hombre tenía una espadita fina, larga y afilada como una aguja. El animal tenía, por su parte, su fuerza inconmensurable, sus terribles cuernos y sus patas, más rápidas que las patas del más rápido caballo. En realidad, el hombre era muy poca cosa para aquel monstruo. Solamente que la inteligencia resplandecía en la mirada del hombre, mientras que el fuego de la ferocidad brillaba en la del toro. Era evidente que el toro tenía la total ventaja en esta lucha desigual, sin embargo, el fuerte era el que debía sucumbir, y el débil quien debía vencer con su inteligencia humana".

Nada vale más que una vida humana. Como lo quieran poner. Y es que en la versión mexicana de Pamplona, la "Huamantlada", hubo 34 heridos, 4 de ellos muy graves, en trance de muerte. Si esto les hace felices, entonces me parece que los salvajes son otros, no nosotros los taurófilos

sábado, 12 de julio de 2008

DESMENTIDO DE MENTIRAS REPETIDAS/ Riofrio


Por Mauricio Riofrío Cuadrado

La polémica actual sobre la Fiesta de los Toros confirma el momento sociológico de enorme interés y vitalidad por el que atraviesa, esta vitalidad precisamente incluye la pasión y la polémica.

La tauromaquia es la más subjetiva de las artes vivas, en ella juegan un papel importantísimo factores tan complejos como subyugantes, por ello se trata de exigir respeto a una realidad histórica y actual.

Una mentira mil veces repetida, sigue siendo una mentira. Por eso, sobre la base de una afirmación falsa, existe una respuesta razonada y explicada, como encontraremos a continuación:

Hay gente que se opone y dice que ha asistido una sola vez o nunca lo ha hecho o jamás asistirá a un espectáculo taurino.

Este tipo de afirmaciones explican claramente una serie de comentarios antojadizos y equivocados, pues cuando no se cuenta con los elementos de juicio necesarios para discutir sobre cualquier tema, se cae fácilmente en la falta de objetividad, en el prejuicio y la falsedad. “No se de lo que están hablando pero me opongo”


¿Cómo se puede criticar la Biblia sin haberla leído?

El toro sufre torturas previas a la corrida tales como: Ingesta de diuréticos; tapones con gasolina; agujas en los testículos; vaselina en los ojos, manipulación de cuernos, etc.

El toro es cuidado, alimentado, vacunado con mucho celo durante 4 años, precisamente para que protagonice el espectáculo en óptimas condiciones físicas, de otra forma no podría embestir como lo hace en las corridas durante 20 minutos aproximadamente.

Afectar la integridad del toro está en contra de los más elementales principios de la tauromaquia.
La manipulación de los pitones es considerada un DELITO TAURINO penado en la Ordenanza Taurina, porque precisamente atenta contra la naturaleza del toro de lidia.

¿Que tal si a usted y a mi nos pican y nos ponen banderillas?

Es insultante a la inteligencia y dignidad humanas el asignar la categoría de seres humanos a los animales. Igual de inconcebible es adoptar gratuitamente el lugar del toro. A ver si defienden al pavo en diciembre y proponen un hombre relleno para Navidad.

No existe ninguna relación entre la tauromaquia y el arte

Quien afirma que el toreo no tiene ninguna relación con el arte, no conoce la obra y la afición de Goya, Picasso, Botero, Hemingway, Ortega y Gasset, Rafael Alberti o Camilo José Cela, para citar poquísimos de la infinidad de ejemplos que se podrían anotar. En el Ecuador se estaría desconociendo a Oswaldo Viteri, Jorge Enrique Adoum, Oswaldo Guayasamín, Javier Ponce, Francisco Febres Cordero entre muchos otros. No se trata de acumular nombres de artistas y gente de ciencia y cultura, todo está en los libros, el que lo desconozca simplemente no los ha leído y por lo tanto ignora su contenido.

¿Por qué debemos adoptar una cultura ajena a la nuestra?

Porque esa es nuestra realidad y es el producto de una interacción cultural.

Porque nos guste o no, los españoles llegaron a América, de otro modo nuestra religión no sería la católica, nuestro idioma no sería el castellano.

En otros ámbitos, nuestro deporte favorito no sería el fútbol que fue inventado por los ingleses; nadie debería comer pizza italiana, hamburguesa americana, wantan chino o shawarma árabe.

Las corridas de toros son una manifestación esnobista y novelera de diciembre y no tienen ninguna trascendencia social.

A lo largo de la historia la fiesta de los toros se ha hecho presente en la sociedad organizando corridas y festivales taurinos benéficos. En España se realiza anualmente la Corrida de la Beneficencia para ayudar a instituciones sociales. El año de la tragedia del Nevado del Ruiz se organizó un festival que recaudó una cifra record a favor de los colombianos.

En el Ecuador se ha recolectado fondos, gracias a los festivales benéficos organizados por empresas y grupos de aficionados, a favor de muchas instituciones tales como: ABEI-niños-, Sociedad Cardiológica Ecuatoriana, Patronato San José, Hogar San Vicente de Paúl, Fundación Reina de Quito, Cruz Roja, Hospital del Niño, Niños de la Calle, Hogar San Juan de Dios, Niños Down, etc.

Además, no hay que olvidar que en alrededor de 150 cantones del país (de algo así como 216) se celebran festejos taurinos a lo largo del año.

¡Pobre torito!

Exclamación que la hacen las mismas personas que no se inmutan ni reparan en la situación de los niños de la calle, la violencia contra la mujer, la mendicidad, el desempleo, la infame insalubridad y mediocre educación que afecta al 85 % de los ecuatorianos.

Sería bueno instituir también una Sociedad Protectora del Ser Humano.

Al toro de lidia hay que dejarlo que viva tranquilo en el campo.

El toro de lidia como especie zoológica desaparecería si no hubiera corridas de toros, porque simplemente se dejaría de criarlo, cuidarlo y alimentarlo. Ciertos movimientos animalistas proponen que se lo deje tranquilo en el campo… ¿en el campo de quién?

Tal como las corridas de toros, también la guerra ha inspirado grandes obras de arte.

No se puede comparar los horrores de la guerra en donde la intención es eliminar a miles de niños, mujeres y ancianos inocentes. El efecto del arte en estos casos esta vinculado a la firme convicción del artista en provocar una reflexión para que estos horrores no se vuelvan a repetir. En el caso de las corridas de toros, resaltan la belleza del animal, el valor e inteligencia del torero y la estética que produce esta armónica conjunción.

Hay muchas muertes en las corridas de toros

24 de mayo de 1964.- Estadio Nacional de Lima: 300 muertos y 500 heridos, porque un árbitro anuló un gol de Perú en contra de Argentina.

1969.- El fútbol originó la guerra entre Honduras y el Salvador que provocó un número indeterminado de víctimas mortales.

1982.- Estadio Haarlem de Holanda, Copa UEFA: 50 muertos.

1982.- Estadio Pascual Guerrero de Cali: 22 muertos.

Mayo de 1995.- Estadio de Heysel Bruselas: Medio centenar de muertos.

1996.- Guatemala, eliminatorias: 89 muertos.

La Fiesta de los Toros genera riqueza solamente para los empresarios taurinos.

No solo para los empresarios taurinos, dinamiza la economía de las ciudades taurinas, genera empleo y provee de recursos económicos a:
Ganaderos, mayorales, veterinarios, vaqueros, personal de campo y proveedores de insumos agrícolas y veterinarios.
Toreros, novilleros, banderilleros, picadores, mozos de espadas, en activo y retirados (aproximadamente 120 familias).
Sindicato de Trabajadores de la Plaza de Toros Quito (50 familias); Trabajadores de las 17 plazas de toros estables y 2 portátiles en el Ecuador.
En Quito, 66 empleados para control de puertas y mantenimiento higiénico de la plaza, 10 personas para el manejo de corrales, 2 puntilleros por tarde, 6 empleados administrativos y 4 transportistas pesados, 2 familias de conserjes además de la Compañía de Seguridad contratada, 2 tramitadores para pago de impuestos municipales (año 2006 aproximadamente USD. 500.000,oo).
500 vendedores de comida dentro y fuera de la plaza.
Adicionalmente:
Hoteles
Restaurantes y bares
Agencias de Viajes
Comercio de Artesanías
Radiodifusoras
Canales TV
Periódicos, revistas y demás prensa escrita nacional e internacional.

LA FIESTA DE LOS TOROS ARRANCA LA MARCA DE NUESTRA HIPOCRESÍA PURITÁNICA Y TRANSFORMA LA MEMORIA DE NUESTROS ORÍGENES Y DE NUESTRA DEUDA CON LA NATURALEZA, EN UNA CEREMONIA QUE NO SOLO CELEBRA LA VALENTÍA, LA INTELIGENCIA Y EL ARTE EXPRESADOS CON BELLEZA, SINO ACASO LA REDENCIÓN”. Carlos Fuentes -escritor mexicano-

jueves, 10 de julio de 2008

Un patrimonio cultural de la humanidad: la tauromaquia o el arte de esculpir el tiempo



Por Francis Zumbiehl

6toros6/ No. 573/ 21 de junio de 2005

Para determinar en qué medida la fiesta de los toros pertenecen al mundo de la cultura, y no a una realidad simplemente violenta y cruel, arranquemos con una evidencia: la Tauromaquia es una puesta en escena de la muerte, desde luego no con el sadismo que denuncian los antintaurinos, sino en el mero sentido de una representación. Como la tragedia griega, la ópera italiana y la Semana Santa andaluza, la corrida arroja una luz cruda sobre el dolor, la sangre y la muerte para enseguida transfigurarlos por una catarsis artística peculiar. La belleza majestuosa del toreo hace la muerte aceptable, o mejor dicho, hace nacer la ilusión de que la muerte, se deja seducir y amaestrar por el arte. En este sentido, no hay nada menos “realista” que el toreo, porque todas sus expresiones responden a una exigencia absoluta de estética, y porque en sus mejores momentos nos deja pensar que la fatalidad y el miedo han perdido la partida, nos permite saborear un perfume de resurrección.

Por otra parte, la tauromaquia es un ritual con una escenografía rigurosa: los tres tercios equivalentes a los actos de una tragedia, la división del espacio (medios, tercio y tablas) y el repertorio de las suertes –de alguna manera unas figuras obligadas- sin olvidar los “cánones”: parar, templar y mandar. Sin embargo, este marco un tanto rígido no tiene otro objeto que el de escenificar la fragilidad, lo imprevisible, que constituyen el trasfondo de la función. El público está llamado a juzgar en el acto los logros y fracasos de los protagonistas. Como en la ópera, lo hace utilizando toda la escala de las manifestaciones, incluyendo los pitos y la bronca. Del mismo modo que el coro en la tragedia griega, el público en los toros no es un protagonista –ni debe serlo-, pero con sus reacciones subraya el color de ese momento único e irrepetible que se acaba de producir. Y hablo de coro porque la emoción compartida despierta una auténtica comunión que cuaja en el famoso “¡olé!” que miles de voces, sin haberse consultado, pronuncian en el mismo segundo ante la evidencia de algo bello o valioso. Es la unanimidad del entusiasmo que jamás se equivoca.

Arquitectura en movimiento

La reminiscencia platónica juega un papel central en la valoración de una tarde de toros. En efecto, hoy en día, más que nunca, la belleza del toreo exige la ligazón. El impacto emocional de un pase es aún mayor cuando se apoya en el recuerdo del pase anterior con el cual viene encadenado. La arquitectura en movimiento, edificándose de forma instantánea sobre la arena, da la impresión de que quiere elevarse gradualmente hacia una cumbre modélica que es como la coronación del conjunto, pero que se sitúa siempre más allá del presente, en un pasado mítico o en un porvenir hipotético. De ahí los dos sentimientos más constantes en un público de toros: la esperanza y la desilusión. Para evitar esta última, “antes que la faena marchite” –según la expresión acertada de Michel Leiris- el torero debe demostrar su agudo sentido de la medida, rematando a tiempo la serie. De lo contrario caería en el pecado mortal de “pasarse de faena”. En ese remate es la firma (como sabemos existe un pase del mismo nombre) que corresponde a la expresión tan genuinamente taurina: “¡Ahí queda eso!”, haciendo entrar la belleza recién acabada en la realidad sublimada del recuerdo.

La estética de un pase aislado se aprecia también por referencia a todos los pases de la misma índole embellecidos por la memoria. La memoria, en efecto, es tan fundamental en el mundo de los toros que sin ella no se pueden entender los ritos sociales que son como la antesala o el epílogo de la Fiesta. Me refiero a las innumerables charlas y tertulias que se celebran en peñas y bares. Detrás de las superficialidad aparente de estos coloquios se esconde el afán desesperado de luchar contra el olvido. Cada aficionado compara sus recuerdos con los del vecino para forjarse su propio tesauro de momentos cumbres y evitar que con el tiempo, como granitos de arena, escapen de los dedos de su conciencia.

Como se ha dicho de sobra, la corrida española es la expresión viva del mito de Teseo y del Minotauro, pero en su significado más hondo, la bajada a los infiernos. En la tauromaquia postbelmontina, la esencia del gesto torero consiste en hundirse en el reino de las sombras, de la animalidad y del mayor peligro. Hoy en día se torea bajando lo mano en lo posible, y acompañando al toro en la bajada, aunque sea con la mirada y con el movimiento de la cabeza si el cuerpo se mantiene erguido. Con la ligazón y con el temple, una tanda de muletazos se convierte en una larga travesía durante la cual el hombre va unido a la bestia, estando casi tanto en su poder como ella en el suyo, antes de emerger a la luz en el último momento con el pase de pecho o cualquier remate de filigrana. Esa luz cobra una intensidad especial por el hecho de haber atravesado la oscuridad. El torero triunfa plenamente en la medida en que ha sabido hundirse en los pases, asomarse al balcón en las banderillas, cruzarse con el toro en la muleta y dejarse ver en la suerte suprema.

Hemos dicho al principio que el arte del toreo despierta la ilusión de que la muerte se deja convencer, sino vencer del todo. Aquí no se viene a ver morir a un animal individual, lo que desde luego sería un acto de crueldad y de puro vouyerismo; se viene a ver una ceremonia en la cual la muerte del toro tiene un papel central (sin olvidar que ella representa también la nuestra, la de todos los mortales), pero cuyo fundamento al fin y al cabo es la comunión entre la vida y la muerte, la celebración de esta pareja esencial que abarca toda existencia. Ahora bien, todo es vital y mortal al mismo tiempo en la corrida, empezando por el toreo. La conciencia que tienen el torero y el aficionado de este arte singular está centrada en la evidencia de su realidad frágil y efímera, en el momento mismo en que intenta crear la ilusión de una eternidad no permanente. Ahí la clave es el temple, cuyo fin es alargar y lentificar un pase: en otras palabras, diferir la muerte inapelable de su belleza. El torero esculpe el tiempo como si pudiera adueñarse de él, pero sabiendo que es imposible pararlo. Cada segundo templado de toreo está envuelto por “esa muerte perezosa y larga”, tan bella como una nota musical en suspenso, última vibración del cante antes del definitivo silencio.

¿Y vamos a dejar que una de las expresiones más genuinas de la cultura y de la sensibilidad latinas, que comparten pueblos que se sitúan en las dos riberas del Atlántico, que forma parte, sin lugar a dudas, de lo que la UNESCO considera como patrimonio inmaterial, desaparezca de nuestro mapa y de nuestra conciencia?

miércoles, 2 de julio de 2008

LA FIESTA TAURINA, LAS LETRAS Y EL REENCUENTRO SOCIAL/ Riofrío


Por Mauricio Riofrío Cuadrado

Federico García Lorca, uno de los poetas más grandes que ha tenido la humanidad decía que la “Fiesta de los Toros es la fiesta más culta del mundo” y sobre esta base, que constituye uno de los miles de ejemplos de intelectuales ligados a las corridas de toros formales y populares, es necesario resaltar que al margen de las letras exclusivamente taurinas, la Tauromaquia y los toros de pueblo han dado lugar a una literatura de creación en relación a sus protagonistas, personajes y entorno.

Desde antropólogos y cientistas sociales, hasta pintores y dibujantes se han sentido atraídos por los temas taurinos, porque simplemente es un asunto en el que hay mucha tela que cortar, tan inagotable como la existencia misma.

En nuestra plaza de toros, construida en tiempo record sobre madera y caña, se evidencia los niveles de organización de la gente (ese entusiasmo debería ser para todo), pues hay un derroche de energía, recursos e imaginación dignos de encomio y ponderación, es allí donde se configura un escenario sociológico en el que se muestran las frustraciones, complejos, logros y demás características del pueblo en general. A quien le interese saber como es Alausí y su gente, solo le bastaría llegar hasta la plaza de toros en junio y podrá tener una radiografía exacta de la personalidad de nuestro pueblo.

Resulta curioso, pero esta es la interpretación de las afirmaciones que sobre España tenía Ortega y Gasset en el siglo pasado “Nadie puede hablar de la sociedad y de la política españolas sin asistir a una corrida de toros”. En el caso de Alausí, se puede asimilar plenamente este concepto, con el condimento del mágico encuentro con nuestra historia, la personal, la que tiene como protagonista a cada alauseño y su entrañable recuerdo.

Algunos irán ilusionados a los toros por afición, otros por novelería, pero todos, absolutamente todos, por tradición y costumbre que al final de cuentas son insoslayables y representan una práctica cultural que fundamenta nuestra identidad, que no es española pero tampoco indígena, es felizmente mestiza, con sus propios defectos y virtudes. Sanjuanitos y pasodobles, ponchos y capotes lo confirman.