jueves, 18 de junio de 2009

Curso Práctico de la Escuela Taurina


Texto y fotografía: Alberto Suarez
Muévete que nos atrasamos en las afueras de la plaza de Toros Quito exclama Carlos Yánez profesor de la Escuela Taurina a Fabricio Chicaiza (El niño de los chiqueros) alumno de la Escuela, mientras en un bus turbo diesel de la Cooperativa Turismo a bordo de 21 alumnos Daniel Dávila, Daniel Yepez, Jairo Cevallos, Mark Antoni, Lia Navarrete, Pablo Vinuesa, Andrés Villacis, Juan F. Ferri, Martin Tobar, Cristian Tobar, Carolina Chiriboga, Nicole Balseca, Gabriel Cevallos, Oliver Pie, José Antonio Bustamante, Carlos Larraga, Francisco García, Stalin Villacis, Fabricio Chica iza, Israel Tello y Carolina Guarderas, la Empresa Citotusa les da la oportunidad de cumplir con sus sueños, torear en el campo, esto lo realiza como complemento de la preparación que un aspirante a torero tiene que cumplir.
Viajamos hacia el sur de Quito a 50 km sector de Machachi (Guitig bajo) donde queda ubicada la Ganadería de Mirafuente a 1.500 metros de altura.
Llegamos a las 09.45 de la mañana, todos en suspenso en las ventanas del bus hasta que nos dan la orden de bajarnos, donde está la plaza de tientas se preguntan, pero una voz nos interrumpió de momento, era Carlitos Suarez en la que en voz alta dijo bienvenidos acaban de pisar la prestigiosa Ganadería de Mirafuente aquí se cría ganado de lidia de procedencia Jandilla, si observan a su lado derecho está una punta de vacas, solo les pido un poco de silencio para que el ganado no se moleste
Decidimos avanzar a la placita de tientas un sitio con mucha solera a la que fuimos bien recibidos.
Los alumnos prosiguieron a cambiarse de vestimenta por el traje campero, para así dar inicio a su sueño demostrar y valorar el producto de su entrenamiento de salón con el verdadero animal de lidia.
Antes de iniciar la práctica como no podía faltar en los medios de la plaza posaron para la foto de registro, para luego proceder a la entrega de instrumentos nuevos de torear, capotes y muletas al matador de toros Carlos Yánez para las prácticas de sus alumnos, recibiendo la primera ovación de la tarde (aplausos) por sus alumnos.
Se da inicio a la práctica con la venia de la empresa y supervisión de José Patricio Espinoza y el Matadador Carlos Yanes.

Dividiéndose en tres grupos o categorías, se lidiaron seis bravas becerras a la que los muchachos cumplieron sus deseos de demostrar sus avances y siendo un curso práctico muy positivo
Mientras en mi reloj marca las catorce y treinta de la tarde
Fabricio Perugachi (EL niño de los chiqueros) realiza el último lance de muleta a la becerra por derechazos para cerrar la práctica, para luego pasar a servirse un refrigerio, mientras se realiza la entrega de camisetas y carnets a los alumnos.
Quiero hacer llegar mi más sincera felicitación y una enhorabuena a la empresa Citotusa porque el futuro torero necesita este tipo de prácticas para poder perfeccionarse y así llegar a cumplir su sueño en este hermoso y difícil arte del toreo.
Nos vamos agradecidos contentos con las esperanzas de volver lo más pronto.



miércoles, 17 de junio de 2009

El Arte de jugarse la vida

Se escucha de vez en cuando a escritores, universitarios y pensadores españoles evocar su infancia vagamente acunada de recuerdos taurinos y expresar su rechazo, a veces violento, de la fiesta de los toros. No comprenden cómo puede hoy (aún y siempre) emocionar, conmover, exaltar las muchedumbres, en las que seguro no ve nada más que una masa de reaccionarios incultos alentada por intelectuales esnobs.
En esta revuelta antitaurina, a veces íntima, a veces sonoramente militante, se encuentran a menudo, en amalgama con la memoria de sus propias historias familiares, algunos tópicos datados en los sesenta (toros = turismo, exotismo de españolada, tremendismo del torero descamisado) o más antiguos aún (toros = España negra, vergonzante cara del pasado). Sí, ya sé: sé que para muchos españoles los toros despiertan espontáneamente ese mismo sentimiento confuso, un poco nostálgico, vagamente vergonzoso, de tener que vérselas con algo que sobrevive de manera inconveniente pero a punto de caducar definitivamente gracias a la ascensión social, la educación del pueblo, la evolución de las costumbres, el sano desarrollo de las sensibilidades, Europa, la democracia, etc. Sí, ya sé: sé que para muchos jóvenes españoles la palabra «tauromaquia» evoca carteles de otra época, un rito anticuado, una especie de juego arcaico o incluso un espectáculo cruel del que deben defenderse cuando, gracias a un programa Erasmus, se dan cuenta que, para el resto del mundo, se mantiene asociado al nombre de España, es decir, a una de las naciones más avanzadas de Europa de la que por lo demás uno puede sentirse orgulloso.

A todos esos españoles, jóvenes o menos jóvenes, les quiero decir lo que sigue: los toros no son ya sólo la Fiesta Nacional de España. Con eso han perdido un poco y ganado mucho. Se han convertido en parte integrante de la cultura de la Europa meridional e incluso del patrimonio mundial.

¿Se imaginan ustedes que hace apenas algunas semana (el 2 de junio exactamente), en un teatro del centro de París atestado, cientos de personas de las que la mayoría no habían puesto nunca sus pies en España, e ignoraban absolutamente todo de la «fama negra» de los toros, habían pagado cara su entrada por el único placer de homenajear la heroica carrera de un torero... colombiano (César Rincón)? Claro que para todos esos turistas que visitan España a toque de pito, entre la torre de Pisa y el Big Ben, y que creen que Francia es Pigalle, los toros son el «exotismo» español barato, y el torero es algo así como «Manolete-ElCordobés-del brazo de su bailaora con castañuelas», o (para los más cultivados ¡ay!) es la imagen odiosa y desgastada del maletilla hambriento que, para salir de su miserable condición, no tiene otro remedio que tentar al diablo y arrojarse entre sus cuernos. Ignoran evidentemente, como quizás muchos españoles, que uno de los más grandes toreros de la historia está vivo y toreando y en modo alguno debe su valor extraordinario a esa deprimente leyenda, o que uno de los mejores toreros de la primera década del siglo XXI es francés, o que fue prácticamente imposible conseguir entradas (siendo tan caras como las de la ópera) para las diez corridas que conformaron la reciente feria de Nîmes (95.980 espectadores).

Un poco de pudor y muchos escrúpulos me impiden evocar mi infancia que está en las antípodas de las de los intelectuales españoles antitaurinos. Bastará decir que esa infancia en el cinturón de París, con mis padres judíos alemanes que escaparon por milagro de los campos de la muerte, en modo alguno me preparaba para recibir el choque que fue el descubrimiento accidental de los toros, a la edad de 18 años, al azar de una escapada estudiantil en la región de Provence.

Para muchos españoles de mi generación, los toros son familiares, formaron parte de la vida cotidiana de su infancia, se los vivía con indiferencia, aceptación o rechazo de una «cultura» vagamente patrimonial que es como una segunda naturaleza de la que hay a veces que desprenderse para poder existir por sí mismo.

Para mí la corrida de toros es una amiga que he elegido tan próxima como la música y sin la cual podría difícilmente vivir. Digo que la he elegido pero tengo más bien la impresión que ella me ha elegido a mí; el encuentro fue fortuito pero, como dice Flaubert de la primera cita amorosa: «Fue como una revelación». No, los toros ya no son sólo la Fiesta Nacional. Han perdido un poco de sus particularidades (algunas fiestas votivas, capeas salvajes, un público cautivo, un pueblo entero movilizado tras un torero muerto), han ganado mucho en universalidad -geográfica y sobre todo cultural-. Ahora, en el presente, los que torean y los que van a los toros lo han elegido, y si no saben del todo, ni unos ni otros, lo que van a buscar «allí» (¿sabemos bien lo que es el amor?), saben que hoy se va a la plaza en lugar de ir al estadio, al concierto o al teatro.

Sin duda, la corrida de toros no es moderna, pero no porque no sea de nuestro tiempo, es -al contrario- porque nuestro tiempo no está ya en la «modernidad». La modernidad en el sentido estricto se acabó hacia el final de los años ochenta del siglo pasado, con el derrumbamiento de las ideologías, el fin del sueño en el progreso y el agotamiento de los discursos dogmáticos de las vanguardias artísticas (formalmente revolucionarias, políticamente redentoras). Lo que algunos han dado en llamar la «posmodernidad» o lo contemporáneo se opone punto por punto a la modernidad. Puede ser que la corrida de toros no sea ni haya sido nunca «moderna», pero es seguro que se acuerda perfectamente a lo «contemporáneo». Lo moderno está ligado al progreso, a la «velocidad», a la industrialización sistemática (comprendida la de la ganadería de carne); lo contemporáneo y la corrida están ligados a la biodiversidad, a la ganadería extensiva de bravo, a los equilibrios de los ecosistemas. La modernidad sólo veía la salvación a través de la comunidad y la sociedad, en el «todo es política», lo contemporáneo y la corrida renuevan con los valores del héroe solitario (pensemos en el culto contemporáneo hacia los éxitos singulares y aventureros de cualquier tipo), con una ética de las virtudes individuales, el valor, la lealtad, el don de sí mismo. La modernidad quería esconder la muerte (simple «no vida» igual que se dice invidencia en vez de ceguera), reducirla al silencio del frío vacío de las salas mortuorias o a la mecánica funcional de los mataderos; lo contemporáneo y la corrida de toros reconocen que la ceremonia de la muerte puede contribuir a dar sentido a la vida mostrándola conquistada a cada instante sobre la posibilidad misma de su negación. Era -se decía- el fin de los ritos en los que lo único que se veía eran prejuicios arbitrarios e irracionales, pero lo contemporáneo y la corrida de toros redescubren las virtudes de los ritos, no necesariamente vinculados a capillas y estampitas.

Lo moderno declaraba el final de la figuración en pintura, del relato en literatura, del drama en el cine; lo contemporáneo inventa una nueva figuración, el cine de Almodóvar, genio de la posmodernidad, reinventa la linealidad del relato y las estructuras complejas del melodrama, como la corrida de toros que mezcla lo festivo y lo trágico, los colores chillones y la emoción más pura. El arte moderno glorificaba la vanguardia social y declaraba el final de la «representación», el posmoderno mezcla lo popular y lo erudito -como la corrida de toros, la más sabia de las artes populares- mezcla la transfiguración de lo real y su presentación en bruto (el happening, el body-art, el ready-made, la instalación, la intervención, el artista mismo) como la corrida de toros, alianza de representación clásica de la belleza y de presentación en bruto del cuerpo, de la herida, de la muerte, como el torero, artista contemporáneo, que hace de su gesto una obra estilizando su existencia.

La posmodernidad, lejos de oponer el hombre al animal como en los tiempos modernos, presiente que no hay humanidad sin una parte de animalidad, sin un otro al que -a quien- medirse, como si el hombre -hoy más aún que ayer- sólo pudiera probar su humanidad a condición de saber vencer, en él y fuera de él, la animalidad en su forma más alta, más bella, más poderosa, por ejemplo la del toro salvaje: vencerla, es decir, repelerla o domarla, pero sobre todo oponer la fuerza de la astucia, la gratuidad del juego, la ligereza de la diversión, la gravedad de la entrega de sí mismo, la fuerza de la voluntad, el poder del arte, la conciencia de la muerte -en definitiva todo lo que hace la humanidad del hombre-.

Quizá se podrá afirmar: ¿pero el espectáculo del sufrimiento animal, dada la evolución de las costumbres, no es ya tolerable, hoy menos que ayer? A esto hay que responder que no es una cuestión de historia (moderna o no) ni de geografía (España negra o no). Yo no he sufrido nunca, personalmente, con el espectáculo del pez atrapado en el anzuelo del inocente pescador de río -es una cuestión de sensibilidad-. Ésta permite a algunos ver al toro como víctima, la mía sólo ve en él un animal combatiente. Autoriza a algunos a pensar que el torero martiriza una bestia, yo veo en él un héroe contemporáneo que tiene la audacia de desafiar y enfrentarse a una fiera jugándose la vida -sin más, por la belleza del gesto, por pura libertad, para afirmar su propio desapego en relación con las vicisitudes de la existencia y su victoria sobre lo imprevisible-. ¡Es cierto que el toro no quiere combatir, pero no por porque sea contrario a su naturaleza el combatir sino porque es contrario a su naturaleza el querer!

Esto es al menos lo que mi sensibilidad me dicta, comparable en eso a la de cientos de miles de otros hombres en todo el mundo, y no la creo menos movilizada ni sublevada que ninguna otra ante el sufrimiento de los hombres -o incluso de los animales- ni menos consciente de lo que hace falta de poder creador para volver a dar hoy un sentido, en arte, a esa palabra mancillada que es la belleza.

FRANCIS WOLFF
Catedrático de Filosofía de la Universidad de París

lunes, 15 de junio de 2009

Entrevista a Juan Carlos Illeras "El toro disminuye la percepción de dolor "

Juan Carlos Illera y su equipo han demostrado que el toro siente menos estrés y menos dolor durante la lidia de lo que siempre se ha creído, y eso gracias a un mecanismo especial --a una respuesta hormonal distinta a la de cualquier animal-- que los contrarresta. Illera, que ha recibido críticas, incluso amenazas, de sectores antitaurinos, adelanta en esta entrevista algunas de las claves de su estudio del que hablará mañana en Córdoba, dentro de las jornadas organizadas por la Federación Provincial Taurina.

¿Cuál ha sido el objeto de su trabajo?
Nuestro trabajo comenzó hace cinco años y lo que queríamos ver han analizado 300 reses en la plaza de Madrid es la capacidad de respuesta del toro de lidia frente al estrés. El trabajo se basa en el estudio endocrino del animal frente al estrés. Es decir, qué hormonas y en qué cantidad se liberan durante una fase de estrés como puede ser la corrida. Entonces, como parte de las hormonas implicadas en el estrés también lo están en el dolor, en intentar paliarlo,
abordamos los dos estudios.

¿Y qué descubrieron?
En cuanto al estrés, lo que hemos visto es que el toro de lidia presenta una glándula adrenal, un sistema endocrino, podríamos decir, diferente a otras especies animales, y que, por tanto, su respuesta es diferente a la de otras especies de ganado vacuno. Un animal frente al estrés libera una cantidad muy grande de hormonas, como puede ser cortisol, para combatirlo. Sin embargo, en el toro de lidia, durante la corrida, por un mecanismo especial que seguimos estudiando, libera hormonas pero no en cantidades como para decir que es una acción antiestrés. Libera menos hormonas durante la lidia que durante el transporte, con lo cual podemos decir que el animal presenta un mecanismo especial de respuesta frente a otras especies, y que el estrés lo sufre más en el traslado en el camión que en el ruedo. Y además, lo que hemos visto también es que se produce una liberación muy grande de betaendorfinas, cuya función es paliar el dolor. Cuantas más endorfinas haya, aumentamos o disminuimos el umbral de dolor. No quiere decir que el
animal no tenga dolor, pero sí que así disminuye notablemente la percepción de dolor.

Por tanto, decir que el toro no sufre dolor en una corrida, es mucho decir,
¿no?

Desde luego yo no puedo asegurar que el toro no sufra, y por una razón: como fisiólogo sí que tengo mecanismos para poder medir el estrés y el dolor, pero para el sufrimiento no tengo ningún mecanismo.
Lo que sí es cierto es que frente a la idea generalizada, el toro no sufre
tanto...
Sí, podríamos decir que no sufre tanto, pero nunca aseverar que no sufre, porque, por supuesto, estoy seguro de que el animal sufre. Lo que tiene este animal es que posee un mecanismo diferente a los demás, que responde rápidamente a ese dolor combatiéndolo, con lo cual el umbral o la sensación de dolor puede ser en un momento, pero posteriormente disminuye
notablemente.
Pues le desmonta usted los argumentos a los antitaurinos...
Eso ya no lo sé. Ahí no me meto (dice sonriendo). Digo eso y mañana estoy recibiendo otra vez correos electrónicos, que algunos hasta amenazaban de muerte. Nosotros no queremos ponernos a favor de unos ni de otros. Yo estoy a favor de la Fiesta, pero no quiere decir que mis estudios vayanencaminados a eso. Nosotros estudiamos el toro por su especialidad, por esa característica especial que tiene de cómo combate el estrés y cómo combate el dolor. Y además estos son estudios preliminares, porque donde se centra la regulación del dolor y el estrés es a nivel cerebral, que es lo que queríamos investigar, pero con las vacas locas , al ser el cerebro un producto MER, no podemos recoger ninguno. Posiblemente, cuando se acabe esta ley empecemos a estudiarlo y veremos qué resultados obtenemos, porque a lo mejor son contrarios. No creo, porque está relacionado con su liberación hormonal. Entonces sí que podríamos asegurar algo más, como que tiene un mecanismo especial a nivel cerebral para regular su propio estrés y su propio dolor, cosa que otros animales no lo tienen.

Siempre se ha considerado al toro como un animal único, y a partir de este
estudio aún más. ¿Cree que su protección solo es posible con la existencia
de la Fiesta?

Creo que sí. Si desaparece la Fiesta, esta raza se perdería. Podría existir en algún zoo o en alguna dehesa en la que alguien, por capricho, quisiera tenerlo. Pero vamos, toda la genética y todos los estudios que se están realizando de mejora de este animal..., desaparecería, porque económicamente no tendría ningún sentido. Y a parte de perder el toro perderíamos un montón de otras especies de nuestro hábitat en España, porque gracias al toro de lidia se mantienen cantidad de dehesas donde se conservan muchas especies autóctonas españolas.

¿Ahora va a estudiar si los toreros también tienen un mecanismo especial
para luchar contra el dolor?

Estamos en ello, a ver si los toreros nos dejan poder estudiarles. Más que el dolor, el cómo combaten ellos la situación de estrés de una corrida. Sería analizar la saliva para medir sus niveles hormonales. Parece ser que sí, que ya tenemos algunos toreros dispuestos y posiblemente para finales de año tengamos algún resultado.

¿Esperaba usted que tuviera tanta repercusión su estudio?
Nunca, estamos asustaditos (dice sonriendo). La verdad es que estamos asustados, aunque ahora ya gracias a Dios no recibimos ningún correo. Cuando salió por primera vez recibí 200 o 300 correos insultando, amenazando, unas cosas que un científico nunca espera leer en esta vida,
porque lo que nosotros realmente decimos es que del animal esto es lo que hay. Sirva para una cosa o para otra, eso ya no lo sabemos. Lo que sí podemos decir es que nuestros datos son verdaderos. Yo puedo medio aseverar que el animal tiene un mecanismo especial frente al estrés y el dolor, pero no más. Que haya gente que se lo tome de otra manera para insultarnos, pues tampoco entra dentro de una cabeza razonable.
Por: Rafael de la Haba

lunes, 8 de junio de 2009

Aficionados Prácticos en la Fiesta Taurina

La fiesta brava no es un deporte o un pasa tiempo ideado por el hombre, es un arte, una expresión, una manifestación del espritu del hombre de occidente, de la cultura mediterránea, es como dira don Miguel de Unamuno: una vieja y milenaria amistad entre el hombre y el toro..
El toreo naci, primero entre los señores "de a caballo" y después con los mozos "de a pi", como bien lo apunta el maestro Pepe Alameda en su amenaobra "La pantorrilla de Florinda o el Orgen Blico del Toreo" y tiene lugar por la larga invasión mora (ocho cientos años) a la península española, cuando la defensa más importante en esa lucha era la caballera, quien en sus largos trances de inactividad en el frente, se ejercitaban cazando y lanceando toros bravos, (sólo en la penísula ibrica se conservaron los toros bravos, porque en el resto de Europa se extinguieron), ejercicios que después sirvieron como entretenimiento y lucimiento de los caballeros en las fiestas patronales o reales, participando a caballo principes y señores de la realeza y a pi con sus capas sus mozos de estribo y posteriormente los aficionados del pueblo.
Como se advierte, la fiesta taurina nace y se refugia en los aficionados que practican el toreo por pasión, sin interés económico alguno, arrojando su integridad física y en ocasiones hasta la muerte, por el solo placer de hacer arte y vibrar por la emoción de sentir y vivir muy de cerca la muerte, en un ritual nico, luminoso y fascinante.
El espectáculo taurino, en las postrimeras del XVI adquiere su faceta profesional con toreros que son requeridos por los empresarios para lidiar en forma toros bravos en las plazas de la península y posteriormente enforma ordenada y reglamentada a partir de Francisco Arjona alias "Cuchares" en el siglo XVIII, generando con ello riqueza para muchos sectores de las comunidades, como los propios toreros, los empresarios, ganaderos, publicistas, etctera.
Gracias a la fiesta brava profesional, hizo posible la preservación del toro de lidia hasta el da de hoy, pues en el resto de Europa, Asia y Africa, donde no existió ni existe el toreo, se extinguió por la domesticación y el mestizaje con otras razas de bovinos.
Sin embargo, la fiesta taurina, en pocas de crisis, como la que hoy se vive en nuestro país, y de la que no se ve salida en el mediano y largo plazo, toda proporción guardada con el espectáculo profesional, con los aficionados prácticos contina viviendo y refugindose en los cortijos y en los tentaderos en festivales benéficos o de asistencia social.
Por ello, se explica el porqué y para qué, siguen en todas las latitudes del mundo de los toros, los aficionados prácticos como guardianes ocustodios de las más bellas tradiciones del arte del toreo.

Monterrey, N. L.Junio de 2008
HECTOR FRANCISCO NAVARRO GONZALEZ

viernes, 5 de junio de 2009

Espontáneo Ecuatoriano en Sevilla

Publicado por: José Hurtado
El espontáneo de de Sevilla es de origen ecuatoriano - Loja y en el pasado bolsín de de ciudad Rodrigo tuvo participación causando de los concurrentes a dichas capeas famosas de Castilla Leon; causo admiración como siempre lo hacia popular Conrado maletilla de mucha antiguedad con 82 años que hacia rugir los oles con sus lances a cada pedazo de toro que salen en dicha capeas, por estar don conrado ya indispuesto físicamente debido a su edad, este año no asistió y el público de ciudad Rodrigo lo estaba hechando de menos;cuando surgió este maletilla de ecuador de nombre Félix Gordillo de 60 años quien vive en Coria del Río Sevilla y el recorre los festejos populares que se dan por Castilla y Leon y Extremadura.

Este año ha hecho historia al lanzarse de espontáneo a un toro de Miura que estaban devolviendo a los corrales, demostrando ese valor que el público de ciudad Rodrigo y en donde va lo admiran a don Félix Gordillo con una afición mas grande que la del espartero.

lunes, 1 de junio de 2009

Filosofía del Toreo


POR JOSÉ MARÍA PEMÁNABC.
Madrid 23 de Agosto de 1951
Fotografía: Alfredo Pastor

No tenía por qué Manuel Sánchez del Arco, Giraldillo, hacer preceder su Filosofía del toreo de tantas pudorosas disculpas por haber acercado términos aparentemente tan distanciados. No han sido los revisteros taurinos, han sido los filósofos, los que han iniciado este acercamiento. La Filosofía, cada vez definida más laxamente, consiste en inquietarse sobre las cosas, todas. Se filosofa sobre el amor, los toros o sobre los jardines. Y se hace muy bien. Esa atmósfera existencial o vitalista que, de un modo u otro, reina en todo el pensamiento actual, urgía, ante todo, al filósofo a eso; a hablar de esas cosas; a ser leído por los toreros; a entenderse con los hombres de la calle. La gente empezaba a recelar de los filósofos, y si estos se mantenían cerradamente en sus aulas, utilizando sus lenguajes técnicos, se estaba viendo llegar el minuto en que les iban a perder del todo el respeto con un irresponsable "¿Y eso para qué sirve?" Pero los filósofos, a tiempo, les demostraron que aquello servía para hablar de toros, de amor o de política. Este libro de Giraldillo es la garbosa repuesta del revistero al filósofo.

Si el filósofo podía hablar del toreo, ¿por qué no iba a poder el revistero torear la Filosofía? Lo digo sin ironía ninguna. Se puede filosofar sobre todo, porque filosofía es todo lo que no es otra cosa: botánica, filología...o tauromaquia. Cuando se acaban las preguntas propias de estas ciencias o artes, y se continúa todavía preguntando, ya se está haciendo filosofía. Filosofía viene a ser lo que hablan sobre el toreo todos los que no torean. La audacia de Giraldillo está, pues, cubierta por millares de precedentes. En cualquier corrida ordinaria, el torero torea; y todos los demás filosofan. Y salvada así la licitud de la experiencia de Giraldillo, hay que agradecérsela mucho, porque era urgente y necesaria. Pocas cosas necesitan encajarse en conceptos y explicarse tanto como el toreo. No es ya por esa cuestión vaga y genérica de su crueldad que siempre nos ha desasosegado y que ordinariamente se ha liquidado con expeditivo "más lo eres tú", recordando el boxeo, la guillotina o la bomba atómica. Hasta a las razones más especiosas se ha recurrido para tranquilizarnos en esto de la crueldad. Se ha recordado, por ejemplo, que no un español bravío, sino el más racionalista francés, Descartes, sospechaba que los animales no eran más que máquinas de reacciones espontáneas y casi vegetales. La palabra "dolor", aplicada a los animales, es un término equívoco, porque, bien mirado, no sabemos lo que pueda ser un dolor no discernido por una inteligencia racional. Por eso Legendre sospechaba que el toro entra, sin doloroso esfuerzo, en el juego de la lidia y hasta que acaso le saca el gusto y se divierte mucho en ella.


También se ha tranquilizado a los escrupulosos explicándoles que, en definitiva, al toro no se le da tiempo a que le duelan mucho sus heridas, porque lo matan antes. Todo el que ha sido herido alguna vez sabe que no es el traumatismo de la herida lo que duele, sino la cura. No son los toros los que lastiman, sino los cirujanos. En este sentido, los toros son más felices que los toreros. Pero todos estos rodeos, un tanto insinceros, se han hecho inválidos ante la necesidad de razonar este punto de la crueldad no ya en la objetividad teórica de la fiesta, sino en la intimidad de cada uno. A medida que los "toros se han hecho más pequeños y se les han limado las defensas, nos hemos sorprendido todos protestando y reclamando la restitución de estos riesgos. Esto, bien mirado, es una atrocidad que está pidiendo a gritos un poco de filosofía para taparse y no quedar en desnudo instinto salvaje. Antes convenía filosofar sobre los toros por decoro patrio; ahora urge por el decoro personal de cada uno. Porque disimular el hecho es tonto. Nunca ha sido el toreo más estético, más exacto: nunca se han puesto más cerca los toreros de la fiera. Y, sin embargo, todo resulta inútil en cuanto "la fiera" no nos parece bastante fiera. Recibimos la emoción plástica del "ballet", pero no sentimos el nudo en la garganta, y advertimos la instintiva decepción de no haber venido a eso. De aquí el ciclón logrado por el torero Litri, sencillamente porque se las ha arreglado para encontrar la manera de volver a producir emoción trágica, de entrega y riesgo, aún con el toro actual. Por poco peligroso que sea el toro, cabe buscar el peligro de modo tan directo, que retorne el nudo a la garganta. Si el toro no da cornadas, cabe casi dárselas a él. Tampoco es muy peligrosa una bicicleta, y, sin embargo, si uno se pone delante en riesgo casi inminente de atropello, puede uno asustar suficientemente a unos espectadores... Giraldillo nos suministra una filosofía bella y suficiente para tranquilizamos sobre esos turbios deseos de más kilos y más puntas en los cuernos. Los toros son un sacrificio, un rito ancestral, no sanguinario, pero sí ineludiblemente sangriento. Hay que ligarlos con raíces micénicas, ibéricas y romanas de razas fuertes y solares. Los árabes nada tienen que hacer en este asunto. Esas plazas de estilo mozárabe no pasan de ser el tributo a una época cursi que dio ese mismo estilo a cosas tan poco árabes como las estaciones o las cervecerías, o tan universales como los evacuatorios. Toro y público son los dos elementos del rito. El torero es sólo un "oficiante" a nombre de la masa. Por eso, cuando da su estocada, la da vocalmente, con un aullido, todo el público. Por eso se protesta tanto del precio o de los sueldos de los toreros: porque siempre los fieles sienten repugnancia por lo que quita al rito su gratuidad. Y ya colocado el problema en ese terreno -sacrificio y rito entre toro y público-, todo se aclara y se tranquiliza.


Ese rito no existe casualmente desde el Redaño hasta las desembocaduras del Betis y el Tajo, salpicando a América, por casualidad. Existe como atávico rito de purificación y liberación de la crueldad animal y nativa, de esas ardientes razas solares. Según Sánchez del Arco, en los ruedos se han quedado, desaguadas en arte, muchas revoluciones potenciales. Todavía nos han quedado bastantes, creo yo; pero estoy dispuesto a admitir que de no matar tantos toros, nos hubiéramos matado unos a otros. Realmente, si se fija uno un poco, toda la crueldad del público de toros se dispara hacia el ruedo; en las gradas, salvo alguna bronca leve, hay mucha más guasa, risa, puros, novias y refrescos. De una corrida de toros sale el público tranquilo y sedante. Nunca sé que de una corrida saliera la gente para asesinarse o quemar conventos. Para estas cosas se ha salido de los Ateneos, de los mítines y aún de las cátedras. Es la inteligencia la que, cuando es cruel, lo es definitivamente, porque no se libera a sí misma tan estética y fácilmente como el instinto. Así, en el precioso libro de Giraldillo, los toros quedan explicados como una especie de gran drama sacroprofano. El caballo y el toro, las dos cumbres de la Zoología estética, debieran ser amigos. Pero el caballo traiciona al toro. Se deja domar por el hombre: y aún es él el que le sirve de instrumento para tentar o transportar a su amigo. Cuando, al fin, se lo encuentra el toro en la plaza, el caballo es su verdadero enemigo. La intervención del hombre es para librar a su aliado y pelear, luego, noblemente con el toro. Desde este punto de vista, la Tauromaquia es todo lo que se añade a esa pelea elemental de bestias, para abreviarla y disminuir los riesgos.

De ahí para arriba, lo cruel- los puyazos recargados o los pinchazos repetidos- es todo lo que contraría a la Tauromaquia; cuyas reglas vienen a resultar así como una especie de "cruz roja" de la batalla. Así entendido el rito, nos quedamos mucho más tranquilos y comprendemos que cuando pedimos más kilos y más pitones, no somos crueles, sino que velamos por la ortodoxia de la liturgia. Los toros son un gran drama elemental y sangriento, con la Filosofía al quite.

Los mandamientos de las Corridas de Toros



Por: Gregorio CorrochanoABC. Madrid, 16 de junio de 1955
Fotografía: Alfredo Pastor

Por las amplias puertas de la plaza va entrando la muchedumbre, que luego, en los pasillos, se dispersa en corrientes precipitadas en busca de los asientos. Las bocas de los tendidos parecen un manantial humano. Antes que los toreros, pisan el ruedo los encargados de retirar unos anuncios, que están caídos en la arena y que no sé si alguien lee. No es éste un decorado muy artístico y entonado, pero debe ser un alivio económico para la pobre empresa de Madrid. La música toca un pasodoble torero y salen las cuadrillas. Levanta esa cara, muchacho, no mires tristemente al suelo, que hay muchas mujeres en la plaza que han venido por verte. Un poquito más de garbo en ese andar cansino. Que no parezca que eres torero a la fuerza. No las entristezcas, que traen ramos de flores para ti, y alguna, más torera o más atrevida, te echará al ruedo un zapato como una zapatilla de torear, que está muy de moda. Anda con ese andar alegre y juvenil de pasodoble. Sale el toro. El que quiera ver bien una corrida, que no pierda de vista al toro. Donde está el toro, está la corrida. Que no se distraiga por mirar, a un torero.

Siguiendo al toro, ya se encontrará con el torero. Fíjate cómo corre el peón al toro, porque no es lo mismo que el peón corra al toro, que el toro corra al peón. Cuando éste se mete precipitadamente en un burladero, y no le da tiempo a esconder el capote, el toro se estrella en el burladero y se las- tima, es que el toro corre al peón. No le aplaudas los recortes. Cuanto más bravo es el toro, cuanto más fuerte se arranca, más daño sufre en los cuartos traseros, principalmente, con el recorte que le obliga a frenar y cambiar rápidamente de dirección. Sabed, que estos recortes están prohibidos y multados en ese reglamento que no se cumple. No incurras en aplaudir lo que está sancionado.

Si los recortes se multaran, y se publicaran las multas como se publican otras, el que aplaude se daría cuenta de que su afición también ha incurrido en multa. Cuando el picador barrena y mete el palo, aparta la vista del picador y mira al matador, que tiene un capote de brega y un turno para entrar al quite. (Entrar, ir a sacar al toro, ir a quitar al toro del picador, no esperar a que salga el toro cuando pueda del enredo del peto sin salida.) No le pidas al picador que saque el palo.

El picador, ni puede, ni debe sacar el palo. Es su defensa y la del caballo. Si saca el palo en el centro de la suerte, le estrella el toro. Aunque esté picando muy mal no puede sacar el palo. Es como si a un torero, porque está toreando mal, se le obligara a tirar el capote. Las suertes del toreo son buenas o malas, pero no admiten enmienda hasta que terminan. Lo que tiene que hacer el matador es precipitar el quite. Si quieres bien al toro, no te conformes con verle en dos puyazos de muerte, sino en varios puyazos de castigo. Si un matador entra en su quite, y el toro le pasa, y otro entretiene el suyo en no torear, es que éste no sabe torear de capa; quítale puntos. Si abusa en el quite del capote a la espalda, sigue desconfiando de que sepa torear. No pidáis que banderilleen los matadores. No saben ni los que parece que saben. ¿Quiebra alguno un par en los medios, como hacían antes los matadores para diferenciarse de sus banderilleros? No; lo que hacen es cuartear más o menos espectacularmente, sin cuadrar ni parar en la cabeza del toro.


Todo rápido, precipitado, confuso. No interesa. Prefiero al "Vito" y “Almensilla" . La distancia de la muleta al toro, no hay que medirla antes del pase, sino en el centro del pase y después del pase. Antes del pase, el terreno depende de la bravura, de los pies y del estado del toro por el exceso o falta de castigo. Se puede citar distanciado o muy cerca, del toro depende más que del torero; en la lidia de hoy depende del picador. Ni tan distante que el toro no acuda al cite, ni tan cerca que no se pueda adelantar la muleta, que es como se deben empezar los pases para ser completos. Cada toro tiene su sitio, como cada torero. Lo que hay que mirar son los pies del torero en el centro del pase cuando se está pasando al toro, la distancia a que le pasa, y la distancia a que se lo deja o remata el pase. Esa distancia, despegada o ceñida, y la quietud de pies en ese instante es lo verdaderamente importante del pase; más, mucho más que la distancia a que se coloca para dar el pase. Porque la quietud y la distancia en el centro de la suerte revelan que el toro va muy bien toreado, a su temple, muy embarcado en la muleta, que el que manda es el torero. El pase hay que rematarle, sin dejarse enganchar la muleta -temple- y llevarle, hasta dejarle a una distancia, que el torero no tenga que irse, ni dar un salto atrás, para ligar la faena sin interrupción, sin que pueda servir de pretexto salirse para saludar. Ya saludará después.El toreo debe fluir con naturalidad, sin violencias y espontáneamente. Todo lo preparado es artificioso, incluso los pases preparados de pecho, que no deben porfiarse, sino ligarlos en los remates de los naturales, como una consecuencia, que es lo que son. Los pases obligados de pecho, que es lo contrario de los preparados, porque supone pararse y echarse por delante un toro, con serenidad, sin enmendarse, cuando se le revuelve para cogerle.

Estos fueron siempre los pases más destacados. Si esto decimos de los pases preparados de pecho, que aunque preparados tienen calidad, ¿qué diremos de esos pases que se preparan retorciéndose, y se amplían echando el brazo a las ancas del toro, como en un coleo, que acaban en el pase del "tío vivo"? En los mandamientos de la estocada, no queremos entrar, hasta que un premio Nobel de Medicina descubra el tratamiento de la enfermedad del estoque de madera, y los matadores, ya curados, puedan practicarla, sin las deficiencias que hay que achacar a la lesión de la mano.