Razón 50: Libertad
¿Habrán convencido los argumentos aquí expuestos a algunas mentes dubitativas y libres de prejuicios? Podemos esperarlo. ¿Habrán hecho cambiar de opinión a aquéllos a los que la sola idea e la corrida de toros les asquea y les rebela? Lo dudamos.
Como señala Pedro Cordoba al final de su ya citado libro La Corrida, ningún argumento podrá jamás convencer a aquéllos que imaginan la corrida de toros como la tortura de una bestia inocente. Ni el hecho de que el calvario del toro sea menos terrible de lo que piensan; ni que en su lucha plasma su naturaleza; ni que, al querer evitar la muerte de unos cuantos individuos, se condena en realidad a toda la especie; ni la comparación entre la abyecta y corta vida de las terneras criadas en baterías y la de los toros criados en plena libertas; ni cualquier otro argumento será eficaz ante la reacción inmediata, espontánea, irracional del que se indigna y grita ``¡No, no, lo rechazo!´´. Ante esta reacción pasional lo único que cabe oponer es la frase con que la que comenzamos: Sólo hay un argumento contra las corridas de toros y no es un argumento, es el imperio de algunas sensibilidades, A esta cerrazón, los aficionados responden, muchas veces vehementemente, con su propia pasión. ¿Hay que quedarse aquí, en este diálogo imposible?
Nos podríamos quedar en esta oposición de pasiones, si ellas mismas se quedaran aquí también. Pero es que una de ellas reivindica para sí misma más que la otra. Reclama limitaciones, prohibiciones, interdicciones; en definitiva una pasión quiere impedir que la otra se satisfaga. Refugiándose la pasión, claro está, tras las ``razones´´: el derecho de los animales, el respeto a la vida, el escándalo del espectáculo de la muerte etc. Y es ahí donde el rol del político exige conservar la razón y pensar: si un día la fiesta de los toros muere por sí misma, será porque ya no desata ninguna pasión. Hasta ese momento, lo prudente es dejar a los unos y a los otros su pasión y hacer prevalecer el principio de libertad.
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