lunes, 3 de mayo de 2010

Esta semana: LA CORRIDA COMO ESPECTÁCULO (Francis Wolff)

Razón 24: ¿No es un espectáculo cruel y bárbaro?

Entre las representaciones que se hacen los adversarios de la fiesta de los toros, una de las más comunes consiste en considerarla como un espectáculo cruel y bárbaro. No niego que es un espectáculo singular y violento, aunque esta violencia está sublimada y ritualizada, como en otras formas artísticas. Pero no admito que sea un espectáculo bárbaro: nació en el siglo de las Luces como una ilustración del poder del hombre y de la civilización sobre la naturaleza bruta (ver argumento 29). La verdadera barbarie ¿no consistiría en poner el mismo plato del hombre y la vida del animal, ``considerando por tanto al hombre como una bestia´´? Tampoco admito que sea un espectáculo cruel, puesto que la crueldad supone el placer que se obtiene con el sufrimiento de una víctima (ver argumento 1). Por supuesto, el aficionado también es sensible al drama del toro (el anti taurino no tiene el monopolio de la sensibilidad y de los buenos sentimientos) pero no ve en él una víctima de malos tratos sino un peligroso combatiente, muchas veces heroico, por más que resulte casi siempre vencido. La auténtica crueldad, ¿no es la que aquellos anti taurinos que afirman desear la cornada y la muerte del torero? Esto supone, una vez más, colocar al hombre y al animal en el mismo plano.

Razón 25: ¿No son perversos los placeres de los espectadores?

Una de las más habituales e injustas de las injurias que los anti taurinos relegan a los aficionados, consiste en tratarlos como ``perversos´´, ``sádicos´´, etc. Es absurdo.
Nadie conoce a ningún aficionado que disfrute con el sufrimiento del toro. De hecho es difícil encontrar alguno que sea capaz de pegar a su perro, e incluso de hacerle daño de manera voluntaria a un gato o a un conejo. Y para todos aquéllos que imaginan a los aficionados como una casta particular de humanos sin corazón ni humildad, sólo me permito recordarles el nombre de todos los artistas, poetas, pintores, que, con independencia de su procedencia y de sus convicciones, son al menos tan sensibles a la vida y al sufrimiento como todos los demás hombres , y en modo alguno carecen de moralidad o humanidad. ¿Cabrían pensar en Mérimée, Lorca, Bergamín, Picaso, etc. (ver argumento 30) han sido psicópatas y perversos sedientos de sangre? ¿Se podría pensar que hayan metido hasta ese punto lo que veían? ¿Habríamos sido capaces de traicionar hasta ese punto lo que experimentaban en el fondo de su sensibilidad y expresaban con su arte? ¿Sería posible que un profano, que jamás ha visto una corrida de toros, sepa más que ellos sobre lo que realmente es? Y sobre todo, ¿cómo puedo saber lo que esos mismos artistas han sentido al verlas?

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