viernes, 31 de julio de 2009

El límite de la sombra

Para E.A.L.C, nieto de un torero,
que fue de la Habana a la Monumental en un viaje Belmontino
y lo miro todo con ojos de ilusión y amistad.

Además de los besos, me diste el título de esta crónica: dos vasos de agua helada frente al mar sobre un mantel blanco se guardaban del calor, en el límite mismo de la sombra. El mantel bailado con dulzura, como acariciado por la brisa caprichosa del mar, esa misma caricia de muleta que nace de los dedos de Tomás. Esta historia surgió en el corazón del invierno blanco y nebuloso, en la espesura del teléfono y en la concordia de las almas buenas del cielo que navegan a mar abierto también por internet y que nos llevan de la mano camino de Barna y de la campa verde de la amistad. La historia se hinchó como un globo rojo y se hizo literatura al cruzar el mar. Y se ensanchó. Y nos encontramos también al lado del mar después de que la misma ilusión de Joselito L.C. Niño de la Puerta del Sol, quisiera emprender un viaje de La Habana a la Monumental. Como un cuento de Vázquez Montalbán. Esto ocurrió por esa idea tan Ortegiana: somos herederos, más que meros descendientes. Herederos del sueño y del olé.

Reposa José Tomás en el límite de la sombra, en esa frontera que tiene la espesura de la seda. Detrás de esta sombra terca por los arrabales anovillados de España, seguido de peregrinos, creyentes y profetas e ilusionistas, estaría la luz del sol en su alamar. Un reino donde llevar el sol de Madrid a Sevilla, de Bilbao a México y de México a la verdadera leyenda. Ese viejo mundo en el que no quiere reinar Tomás. En esto, el domingo 5 de Julio de resurrección pagana de la emoción, fue el homenaje a este Camarón nuestro y así, sentado en una silla en mitad del ruedo, palmeando, la sangre en las palmas de las manos, se escucharon los olés bajando como torrentes de emoción por todas las laderas de Monjuit. Barcelona es hoy el nuevo Santiago torero, la Monumental su plaza del obradoiro, y nosotros, peregrinos en busca del sueño que nos falta.

En aquel peregrinar pensé que la soledad del torero que se enfrenta a 6 toros, tiene esa misma soledad escultural del Jesús de Nazaret que se abraza a la columna en la Portada de la Pasión de La sagrada familia. Soledad más densa que ninguna, oscuridad como filo de puñal de habitación de hotel, una silla y un vestido, seis miradas a la puerta de chiqueros, doce astas al viento, como molinos quijotescos de pesadilla y duda. Debe ser ese trance un episodio sin mentiras, ni banderilleros hiperbólicos: esta vez te han tocado los seis. Y esa misma Portada de la Pasión, entre cientos de letras brilla el oro de una frase que dice: dónde está la verdad, cúal es su camino (?). Cuál es la verdad del toro (?), de los seis de ayer y de los de todos los días. La alquimia de la casta, el jarabe de la raza. El olvido de la suerte de picar, estos analistas orondos y enfermeros.

No fue la tarde materia de mitología griega, aunque este Telémaco tenga carne, cintura y poética de Homero. Hubo emoción y momentos emotivos. Tronó cuando apareció José Tomás, verde lorquiano, verde que te quiero verde, verde oliva, verde mar. Se oyó como crujía el torero, su cuerpo, en el mismo redondel por donde se divide España, y nosotros que vivimos en ese verso Machadiano y sin bandera, nos emocionamos porque siguiendo con el verso una de los dos Españas debe helarte el corazón. Y me lo heló Tomás en ese paseo desmonterado, agradecido y rendido a este peregrinar de hombres descalzos que no buscan bandera.

Lleva Tomás en tardes de compromiso, una piel de armadura para la ofrenda de la muerte, una mirada helada que rompe la luz de nácar del quirófano. Eché de mensos la mirada helada y esa postura solemne e ida del mundo. Menos pálido Tomás olvidado de su libreto surgió administrado y destensado, tan destensado a veces que fueron excesivos los paseos entre tanda y tanda, las idas y venidas hasta el Paseo de Gracia. El libreto traía una tauromaquia a veces actuada y nueva frente al espejo, que más que propia era texto de ensayo. El mejor repertorio es uno mismo. A salvo de unos ayudados por alto iniciados y esperados al final de la suerte, codilleando, que tuvieron cierto amor propio. Ningún toro quiso cruzar ese oleado mar de la leyenda, algunos enfermitos de fuerza, otros sin querer repetir, otros excesivamente quebrados por abajo y todos llevados de la mano a los medios como territorio único de la lidia. Ese terreno preferido de Tomás, donde se encuentran soledad y miedo más lejos del quite y donde reina el olor a toro. Me temo que alguno de los toros habría agradecido ese pasillo de cal de las dos rayas. Por momentos surgía un torero inmenso, la muleta arrastrada de sentimiento, valor y poder, la zurda de este zar torero que a veces acaricia con la dulzura de Curro Romero en ese Guadiana que existe entre el embroque y la cadera. Y hubo momentos de pasión, por gaoneras también, por la chicuelina bordada del mismo Camino, por los lances rodilla en tierra y doblones rodilla flexionada tan Ordóñez. Me sobraron unos cuantos de pecho insistentemente repetidos. Y me levantó como un resorte un pase del desprecio consecuencia de cuatro estaturarios inmensos, que fue un natural por debajo de la pala del pitón. La verdad es que con el capote me pesó esas gotas de lsd alucinógeno que tenemos en la memoria desde el día 21 de Mayo. No vemos más cielo de capote rosa que aquél.

Acabamos la tarde en la misma boca de riego, pisando el ruedo con perfume de olor a toro aunque esta vez no se haya vengado el forofo tomista del bochorno del verano como en el verso de Sabina y con la pena de que este torero tenga sombras y dobleces caprichosas en el mapa de España. Otra vez la sombra y las dos Españas. Una muesca más en el pomo del revolver de la memoria, la vista puesta en la siguiente estación, porque nosotros queremos vivir en las plazas de toros, alimentarnos de la poética del tendido, tomar la electricidad del relámpago rojo de la muleta. Esa luz nuestra de alamar y lentejuela que bebemos. El viaje constante al parnaso.


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