Razón 42: Un arte original, entre el clasicismo y la modernidad
El arte del toreo es original. Tiene algo de música (armonía de los acontecimientos consonantes), algo de artes plásticas (equilibrio de líneas y de volúmenes en tensión opuesta), algo de las artes dramáticas (alianza del azar y de la necesidad).
El toreo tiene al mismo tempo algo de clásico y algo de contemporáneo. La mayoría de las artes cultas han abandonado hace tiempo la creación de la belleza, valor estético que se juzga desfasado. Desde ese punto de vista, el toreo es un arte extremadamente clásico. La mayoría de las artes cultas han abandonado la representación, para transformarse en artes de la actuación única y de la presentación directa. Desde este punto de vista, el toreo es un arte completamente contemporáneo : presentación bruta del cuerpo, de la herida, de la muerte.
El toreo tiene al mismo tiempo algo de las artes cultas y de las artes populares. Da a los profanos las más inmediatas emociones y a los cultos las más refinadas conmociones, que corresponden a las artes más ``estéticamente correctas´´. Y da a todos, a la par que la tensión permanente debida al riesgo de la muerte, el alivio transfigurado debido a la belleza.
Razón 43: Lo trágico
Y a todas las artes, el toreo les añade la dimensión que ninguna otra arte podrá nunca dar: la dimensión de la realidad. Todo está representado, como en el teatro, y sin embargo, todo es verdad, como en la vida. Puesto que el juego es a vida y a muerte. Orson Welles dijo: ``¡el toreo es un actor al que le suceden cosas de verdad!´´. La corrida de toros es un drama trágico al que le toca presentar sin ambajes la herida y la muerte. Y decir y afirmar esta verdad: sí, es innegable, morimos. ¿Es esta verdad la que rechaza nuestra época, la cual sólo ama la naturaleza aséptica, y sólo acepta la realidad a condición de que esté desinfectada, y que afirma amar la juventud siempre que sea eterna?
Razón 44: La fiesta, comunidad espiritual
Sin embargo, las corridas de toros son, y quizás por encima de todo, una fiesta. Los festejos taurinos siempre han ido de la mano de períodos de ruptura con la vida cotidiana, es decir de los momentos de conmemoración en los que una comunidad se encuentra y se recrea. Nuestra época, más que cualquier otra, tiene necesidad de fiesta, por que nuestra modernidad es cada vez más individualista, circunscrita al hogar, a lo privado y a lo íntimo. Mientras que la fiesta es la calle, lo de afuera, lo público. Quizás es por eso por lo que las corridas de toros dominicales han sido siempre paulatinamente reemplazadas por las ferias. No hay corrida de toros sin fiesta, pero para los pueblos taurinos no hay fiesta posible sin toros. Porque, ¿hay alguna imagen más bella de la comunidad que el mismo ruedo, redondo, circular, donde todo el mundo ve todo, donde todo es visto desde todos los lados y donde, sobre todo, toda la comunidad se ve a sí misma, comulgando de un mismo espectáculo, de una misma ceremonia, y siguiendo un mismo ritmo de óles, con el sentimiento de vivir juntos un acontecimiento único?
Este es el poder de la fiesta de los toros, bien conocida por los alcaldes de las ciudades taurinas, atentos a la vida de su comunidad. Saben que no se hace la misma fiesta en las bodegas de Mont – de – Marsan que el ``Real de la feria´´ de Sevilla, que no se canta igual en las Fallas de Valencia como se corre en Pamplona, que no se baila igual en Nimes que en Granada, que sin toros durante el día no se haría, por la noche, la fiesta con el mismo ánimo. Por que lo que hemos vivido durante el día, todos juntos, es el triunfo de la vida sobre la muerte.
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