lunes, 20 de abril de 2009

Fundamentalismo Animal


Por: Fernando Iturralde Guerrero
En el enfrentamiento entre el toro y el hombre, realidad desde épocas tan remotas como la misma existencia del toro bravo y que está registrada en la pintura rupestre, triunfa con mayoría casi total, el hombre; ¡afortunadamente!
La lidia del toro bravo hecha bajo técnicas aprendidas (a lo largo de siglos, muchos más siglos de los que tiene la tauromaquia misma) da la ventaja al hombre que ha aprendido esas técnicas (al principio para sobrevivir); quien no las conozca y las practique no tiene ninguna posibilidad de vencer en un eventual encuentro.
El toro bravo, desde mucho antes, desde los albores del bos taurus primigenio, por su poder, su belleza, su agresividad irreversible, su condición de símbolo de la fertilidad y la fuerza ha sido escogido por el hombre para un enfrentamiento ritual, en el que el animal mas agresivo de la naturaleza tiene la posibilidad de mostrar su condición, generar el riesgo y el miedo, exigir una preparación especial y sucumbir la mayor parte de veces en un combate en el que su matador, hombre al fin, se impone, salvo alguna ocasión infortunada.
Pero se trata de un hombre preparado para hacerlo; quien no lo esté, reitero, perdería siempre.
La afirmación de que el toro es el mamífero más agresivo de la naturaleza se basa en esa condición que le impele a embestir, con toda su furia sin que en ello esté implícita una necesidad vital como el hambre, el sentirse acosado, el defender un lugar como lo hacen otros animales. Genéticamente está condicionado para esa intolerancia, condición que además le confiere la belleza que tiene. Uno de los espectáculos hermosos de la naturaleza es ver un ternero de lidia con apenas horas de nacido, embestir aun a las hojas que se mueven cuando sus extremidades temblorosas casi no pueden mantenerlo en pie.
Quizá haya que ver esto, para entender la profundidad biológica y antropológica que tiene la lidia de toros bravos.
Y el hombre, que desafía montañas, que ha llegado a volar, que se encuentra en la necesidad muchas veces de vencer las fuerzas de la naturaleza que le podrían aniquilar, simboliza su condición de ser humano con ritos que le ponen en el lugar que tiene y debe conservar.
El hombre ha utilizado la vida animal, en toda la historia, para incontables finalidades, su supervivencia física entre ellas y su supervivencia psicológica también, igual que su ritualidad religiosa y mágica, y lo seguirá haciendo.
El proteccionismo a la vida animal se justifica en la medida en que las pérdidas de especies animales, su maltrato, las practicas que van contra la naturaleza del animal mismo perjudique al hombre; lo contrario es poner en el mismo nivel a animales y hombres o aún más podría ponerse a los primeros en un nivel mas alto como sería soltar toros de lidia sobre personas que no sepan como burlarlos.
La ética del proteccionismo animal ha derivado hacia fundamentalismos que destruyen el principio ético original. Hay lugares en el planeta en los que el proteccionismo a las especies animales (que está bien) está por encima de la preocupación por el ser humano, en el África desnutrida por ejemplo, lo que no deja de ser un contrasentido.
En pinturas de las cuevas de Altamira ya se ve que las escenas de caza, cuando involucran al toro, hay hombres que huyen, otros que utilizan, a guisa de muleta algún paño para desviar el ataque del animal y aun escenas en las que con ágil pirueta un primitivo habitante salta por encima del toro que ataca.
La necesidad de autoafirmación de los pueblos, su instinto lúdico, su propio valor le han llevado a ritualizar el enfrentamiento natural, utilizando (lo contrario sería bárbaro) los recursos que tiene para burlar mientras este se muestra en todo su esplendor y concediéndole (y no hay otro ejemplo) la posibilidad de vencer.
El toro de lidia muestra en el espectáculo del que es el principal protagonista toda la fuerza, el poder, la belleza, la intolerancia y la hermosa agresividad con que la naturaleza le ha dotado.
El hombre le da esa oportunidad, lejana a la triste muerte del buey de matadero.
Fotografía: Beurt

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