viernes, 9 de mayo de 2008

El fracaso, la soledad y mi razón de ser/ Nochetriste


Por Nochetriste


Las masas generalmente esconden a las personas, esconden las sensaciones, esconden los sufrimientos.

Para quienes venimos de pequeños países en los que las ciudades, por grandes que se conviertan, aún guardan un sabor pueblerino; viajar a grandes metrópolis en las que las personas son mucho más parecidas a animales que siguen las órdenes de sus pastores o números que responden a la perfección a las leyes matemáticas delineadas por los cabildos del lugar, las sensaciones de invisibilidad nublan nuestro tiempo.

Caminar entre cientos de miles de personas que pierden la mirada en los tres metros que les queda de perspectiva, sin tomarse la molestia de buscar ojos que los reconozcan, nos suena inverosímil. Tomar el metro, e impedir que te miren, lograrlo, y seguir con tu vida, parece un ejercicio de inviolabilidad de espacio que nos confunde.

Acaso por eso nos es más sencillo entender cuando un torero -uno entre miles- vive en soledad las sensaciones del fracaso.

Nosotros tomamos un avión y tratamos de burlar las leyes para mantener nuestras familias (de vuelta en el continente americano), no tomamos precauciones en el viaje, llevamos lo puesto y debemos esbozar sonrisas en el camino para no ser descubiertos como inmigrantes ilegales que buscan quitarle un puesto de trabajo a un español. Las lágrimas, las que llevamos dentro durante buena parte de la estadía, se quedan en casa con los que no se van, con los que reciben por noticias dinero y por novedades el abandono.Los toreros sueñan todos los días en los triunfos que conviertan cada tarde en un escalón, por eso cada día fallido, cada animal que no embiste, cada suerte que les juega mal la partida, es una hora menos de vida. Mientras tanto, los públicos vienen a ese día y nada más, ese es el día que quieren ver triunfo o sangre, todo lo demás sobra, todo lo demás manda de vuelta a casa al aficionado, al asistente, decepcionado.

En nuestra tierra, en las corridas populares no es distinto, el triunfo se cuenta en muertos, no muy distinto a Pamplona en que los encierros se miden en guiris heridos, fallecidos, torpes que creen venir a jugar y terminan por jugarse la vida.Los toreros no juegan, ellos saben a lo que van. Los que la tienen claro sufren mucho más en las tardes tibias, en las corridas tenues. Los que llegan a la cima son los que del gris hacen arcoiris, pero aún ellos viven los dolores de ser anulados por muchedumbres que cada día esperan más. Basta ver a los más curtidos y venerados en el mundo taurino llegar al patio de caballos de Madrid. Escuchar los pifidos de entrada cuando tocan la arena. Invisibilizar todo lo que hacen y cuando cuajan un toro y por ahí el público se equivoca, solo imaginamos la cabeza de los mismos toreros pensando en la próxima vez que vengan y no tengan suerte. Ellos suben las espectativas cada día, si el siguiente no mejoran, si solo lo empatan ya han perdido.

Los americanos debemos sostener el sufrimiento, como migrantes dejamos nuestro placer, nuestra posibilidad de disfrutar la vida para construirles desde fuera a nuestros hijos, el futuro que nuestro país nos impide brindarles. Cuando fracasamos, cuando nos echan del trabajo, no tenemos a quien contárselo, no podemos imaginar la tranquilidad, vagamos por las calles buscando ojos comprensivos que nunca llegan. Nos perdemos entre los muchos buscando un consuelo, que como en Las Ventas, no existe. O triunfamo, o el fracaso nos lo recuerda a bofetadas.

Siempre he imaginado muy cercanas las noches, después de los fracasos, de los migrantes y los toreros. Ninguno ve a nadie. El torero porque no quiere a los aduladores contándole cuentos de tardes que no existieron; el migrante porque no tiene a nadie, porque lo que place es un buena borrachera a solas. Cuando este mundo se acabe, -me refiero al de las desigualdades y los sufrimientos; al que aún nos acoge a los aficionados a los toros y al mundo de los toros en sí mismo, en su real integridad- seguramente primará la inteligencia emocional, los canales para conocer el éxito, las cuentas corrientes que se llenan sin sacrificio.

Cuando este mundo se acabe- me refiero al de las desigualdades y los sufrimientos; al que aún nos acoge a los aficionados a los toros y al mundo de los toros en sí mismo, en su real integridad- yo me habré ido con él, porque solo del sufrimiento nacen los heroísmos y solo del fracaso de un buen torero que no encontró en una docena de naturales tranquilidad vive el arte del que yo mismo me alimento para que mi vida tenga sentido e ilusión en cada despertar.

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