Historia y costumbres toreras
El toro.
‘Un toro no es cualquier macho bovino, sino precisamente, el macho bovino que tiene cuatro o cinco años y del que se reclama que posea estas tres virtudes: casta, poder y pies (…) Y no se olvide que el espectáculo taurino es solo la faz o presencia momentánea de todo un mundo que vive oculto tras él y que incluye desde las dehesas donde se crían las reses bravas hasta las botillerías y tabernas donde se reúnen las tertulias de toreros y aficionados’, decía don José Ortega y Gasset –Caza Toros ,1962, ps. 143 y 149-.
La historia.
La historia es hecha por hombres de acción: estadistas, soldados, revolucionarios e infames, incluso. La escriben hombres de acción: cronistas, poetas épicos, narradores e investigadores, aunque quienes la hacen verdaderamente, son pueblos enteros en acción. Así, Herodoto, ‘el padre de la Historia’, relató la vida de los pueblos del Mediterráneo, mientras que en la Edad Media –siglo V-, la idea cristiana de la historia tiene su primera expresión en la inmortal obra de San Agustín, ‘La ciudad de Dios’. En el período de la Ilustración, Voltaire, Montesquieu, Gibbon y Robertson sientan las bases de la historia de la civilización.
Más adelante, a medida que surgían innumerables estudios sobre temas específicos, en Francia, Inglaterra y Alemania, Henri Berr, lord Acton y Walter Goetz, dirigían tres obras monumentales acerca de la historia de la humanidad.
En el ‘Nuevo Mundo’, la historiografía se inicia con las ‘Cartas de relación’ de Hernán Cortés, la ‘Verdadera historia’ de Bernal Díaz del Castillo, las obras de fray Toribio de Benavente, y la ‘Historia moderna del Reyno de Quito y crónica de la provincia de la Compañía’ del Padre Juan de Velasco, entre otros y nosotros.
Historia y costumbres toreras.
‘El juego de las cañas’ (siglo XVI) es el primer antecedente de las costumbres toreras en nuestro país, nos comenta don Carlos F. Díaz en ‘La Historia de los Toros en Ecuador’ (Quito, s-f ed.). Las cañas, es un ceremonial consistente en el simulacro de combate entre escuadrones de caballería. A este juego pertenecían la elección de padrinos por cada escuadrón contendor, las libreas de los jinetes y el enjaezamiento de los caballos.
Después de las cañas se apunta en nuestra historia la ‘lidia de toros’. Una fecha relevante de esta incorporación es el 10 de mayo de 1573, día en el que hubo una animada sesión en el cabildo de Quito en defensa de las fiestas de Pascuas de Pentecostés. A estas celebraciones oficiales se suman danzantes y disfrazados que constituyen supervivencia de las creencias y costumbres Incas que se van fusionando con la tradición española, heredada de Roma, y que consiste en ese placer vigoroso pero arriesgado de luchar con animales fieros. Así se inician ‘los toros’ en el Ecuador.
Ya en tiempos de la Colonia, es precisamente frente a la Catedral, en la Plaza Mayor, donde se entableraban las salidas y se levantaban palcos además de diversas y complicadas instalaciones para que la gente pudiera asistir a las corridas. Estas festividades siempre fueron animadas por la ‘Banda Mocha’ que utilizaba instrumentos nativos como el tambor, las totumas, la hoja de capulí o naranja.
Resultado de esta ‘compenetración’ -método histórico-cultural-, son el ‘Toro embobado’ -y sus colchas de premio- (1) y la ‘Vaca Loca’ -variante del Boi Bumba brasileño- en donde un papel destacado cumplen el pingullo, la flauta, el rondador, la bocina y la quipa, instrumentos musicales de viento empleados para convocar a los rituales y fiestas.
Las fiestas de toros se organizaban en las plazas públicas como algo tradicional y establecido. El festejo se llevaba adelante con ocasión de bodas de príncipes, victorias militares y solemnidades religiosas, por citar algunos ejemplos. Sin embargo, y esencialmente, las de orden religioso tendrán más acogida entre nosotros. En Tabacundo, por ejemplo, los ‘Toros de Pueblo’ son el puntal de las fiestas sanpedrinas.
Un dato interesante, es que, si bien, la fiesta taurina nació en España, de a poco fue incorporándose como propia en este suelo, mutando, al mismo tiempo, de un juego de aristócratas, a la dramática pasión popular. Apuntemos junto Ortega y Gasset lo siguiente:
‘Ricos y pobres, hombres y mujeres dedican una buena porción de cada jornada a prepararse para la corrida, a ir a ella, a hablar de ella y sus héroes’.
Con la posesión del nuevo presidente de la Real Audiencia de Quito –don Miguel de Uriez, Conde de Ruíz de Castilla-, en el centro de la ciudad -La plaza (grande)-, se celebra un festejo taurino preparado por chapetones y criollos. Personajes como el Obispo Cuero y Caicedo, doña Manuelita Cañizares y don Manuel Rodríguez de Quirola, por citar algunos, estuvieron presentes.
Pasadas las páginas de la independencia, se dio la primera corrida de toros sin participación de españoles. Fue en la Plaza Grande, argumento adicional y suficiente –agrego-, para entender que las corridas de toros pasaron a formar parte de la fiesta nacional ecuatoriana. La ciudad comenzaba a crecer y junto con ella la fundación de nuevas plazas. Una de ellas fue la de San Marcos al final de la calle Junín.
A inicios del siglo XX, la tauromaquia nacional tenía su casa: la ‘Plaza de Toros Quito’, en Guangacalle, junto a la Alameda. Ya en 1900 el pueblo quiteño aplaudió a Manuel Pomar ‘Troni’ y su cuadrilla de Mazantino. Más adelante, con la llegada del tren, Quito, ya no era una ciudad al margen de los mapas. Por las calles de la ciudad caminaron ellos y ellas, todos, preparando sus mejores ‘oles’ para premiar al ‘Chiclanero’, ‘Gavidia’, María Soriano, la ‘Sorianita’ y al banderillero ecuatoriano José Díaz ‘El Quiteño’, entre otros.
El toreo quiteño continúa en la plaza Belmonte, inaugurada hacia 1920. La primera figura de la fiesta brava española de aquellos años, Manuel Mejías ‘Bienvenida’, muy conocido como el ‘Papa Negro’, hizo el paseíllo, acompañado del destacado joven banderillero ecuatoriano Max Espinosa, ‘Marinero’, incorporado a su cuadrilla.
El 12 de febrero de 1930, Quito ve nacer a la ‘Plaza Arenas’. Ya con dos plazas, el público, en ocasiones, encontró carteles diferentes para la ‘Belmontes’ y la ‘Arenas’. Así fue como se produjo una ‘reunión de matadores’ que terminó con la muy conocida ‘Corrida del Chanchán’. Tan intensa ha sido la afición al mundillo de los astados en el Ecuador, que de este espacio tampoco se ausentaron las personalidades políticas. Don Carlos nos cuenta que el nuevo Presidente de la República, el doctor José Luis Tamayo, quien al momento de la fundación de la Plaza Belmonte, se posesionaba en su cargo -rompiendo el rigor del protocolo, me imagino-, habló del toreo. Igualmente, un Presidente que lució su figura en el ruedo fue el doctor Galo Plaza, aficionado práctico, que en los años treinta del siglo pasado pisó la arena con regularidad.
Cuando hablamos de historia y costumbres toreras en el Ecuador, por lo regular, quienes conocemos poco o nada de este arte, asumimos que es una fiesta netamente de la región de la Sierra, pues lo primero que se nos viene a la cabeza a más de feria ‘Jesús del Gran Poder’, es la de ‘Nuestra Señora de la Merced’ en Ambato, o la ‘Feria de Santa Ana’ en Cuenca o a su vez, la Plaza de ‘La Candelaria’ de Ibarra, por ejemplo, sin considerar que en la ciudad de Guayaquil, en 1944 se inauguraba la Plaza de Toros que llevaría su nombre y que por muchos años se convertiría en el centro obligado para celebrar las fiestas octubrinas. En su albero, dos sonados triunfos, como novillero, obtuvo Edgar Puente ‘El Chulla Quiteño’ antes de viajar a México para tomar su alternativa, torero, que junto a Manolo Cadena Torres, ‘El Pando’ y Armando Conde, certificaron el adelanto y calidad del toreo ecuatoriano.
Tales han sido las anécdotas taurinas en nuestro país, que el ‘Papa Negro’, en sus memorias, ya contó una actuación en una plaza improvisada en Guayaquil y, en 1960, dio la vuelta al mundo una fotografía de Luis Miguel Dominguín persiguiendo a un toro en el estadio Capwell, sin olvidar, por cierto, que por la Monumental de Toros Quito, paseara su afición, don Fortino Mario Alfonso Moreno Reyes (‘Cantinflas’), un cómico que cuando toreaba, lo hacía en serio.
Último tercio (alguna aportación).
1. Con la sencillez propia de persona entendida, Carlos F. Díaz, ha comentado, interpretado y explicado ‘La Historia de los Toros en Ecuador’. Para quienes tienen afición y volcamiento hacia esta manifestación del espíritu, Díaz, en su obra, deja a las corridas de toros en el postín que se merecen como parte ineludible de nuestra cultura.
2. La ceremonia taurina se inicia en la soledad del cuarto del hotel, en donde con delicadeza y sobriedad el matador se enfunda un traje de luces. Continúa con la promesa a Dios, frente a un altar, de seguir con vida y termina en la plaza en donde seda y pedrería ponen el color a la fiesta.
3. ‘La Historia de los Toros en Ecuador’, nos ha sido transmitida por un hombre de acción, pero ha sido escrita por un pueblo en acción, un pueblo con costumbres, casta, poder y pies toreros. Que la fiesta de los toros en el Ecuador dejó de ser ‘española’… hace mucho. Lo certifica esta obra, y ante el poder legislativo de la memoria, quiérase o no, este es un hecho histórico y cultural que está por sobre las polémicas que lo acompañan.
4. Someter a ‘consulta’ –a través de una pregunta malintencionada y manipuladora- la limitación o abolición de una pieza sustancial de la identidad cultural de los ecuatorianos, en tiempos en que se impone cierta ‘moda’ política, es un atropello a sus libertades y a su sentido de pertenencia. Libertad y Cultura no son aparatos de relojería sometidos a un control técnico, científico, matemático o ideológico, ni su mundo se resume al unilateralismo absorbente de un grupo o un concepto, dejando al desnudo y desamparados a ‘los otros’ como si no fueran sus partes integrantes, o simplemente, como si no existieran.
Un hecho de esta naturaleza, fácil, se adaptaría, antes que a la Historia del Ecuador, a la ‘Historia Universal de la Infamia’, de Jorge Luis Borges. Al parecer, quienes gobiernan, no entienden, o no les place entender, que ‘el hombre no cabe en una definición’ (2), ni la cultura tampoco. Son poliédricos.
NOTA.
(1) El toro embobado tiene vínculos, aunque remotos, con el catolicismo, pues se trata de una evocación entre moros y cristianos.
(2) RINO, José B., ‘El hombre como sistema, problema y misterio. Antropologismo filosófico’, Ed. PLUS ULTRA, Buenos Aires, 1969, págs. 167 y 168.
José Javier Villamarín
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