martes, 4 de enero de 2011

La desritualización de los toros

Por: Felipe Burbano de Lara


Somos demasiado modernos, fríos y tecnológicos como para valorar la fiesta de los toros. En un mundo que quiere humanizarse convirtiéndonos a todos en protectores de los animales, ser sanos, tener una vida larga, sin colesterol y sin tragos, con perros domesticados hasta el extremo de ni siquiera poder ladrarse en las calles, ¡cómo apreciar los toros! Los críticos de la fiesta se sienten demasiado humanos y sensibles para apreciar un espectáculo sangriento y cruel; combatiendo a los toros, se llenan de humanidad. Son ellos los que hacen esfuerzos sistemáticos por sacar a la fiesta de su compleja y rica ritualidad, con una simbología que se remonta siglos atrás: desde el traje de luces, los picadores, las banderillas, hasta los pases profundos y largos, la muerte y el arrastre. Todo ese espectáculo se vuelve un lenguaje indescifrable para los seres unidimensionales de nuestra modernidad.

El toro siempre me pareció un animal maravilloso por la presencia que impone; capaz de levantar un caballo con la sola fuerza de su cuello, romper una barrera en un arranque vertiginoso o empujar el peto mientras le clavan una puya profunda hasta tumbar al picador. Toros de 400 y 500 kilos, enormes. Pocos momentos tan impresionantes como verlos saltar al ruedo para mostrar su presencia y su bravura.

El ritual tiene una dimensión simbólica que consiste en anular lo que vemos; un lenguaje que nos lleva a mirar la realidad no desde su literalidad, sino desde los dramas que representa y configura. El ritual no disimula los dramas de la vida, sus fuertes emociones y sentimientos, más bien, los expresa. Gracias a la alquimia que produce, no se mira la sangre del toro como sangre dolorosa ni castigo inhumano, sino como parte del drama de la vida y la muerte. Cuando se le despoja de su ritualidad, entonces aparece un espectáculo macabro, sangriento, cruel, de humanos salvajes.

¿Cómo apreciar esta fiesta en un mundo de comida light, perfumado, de búsqueda de la vida eterna gracias a elixires y tecnologías del cuerpo y que aspira solo a comer lechugas? Solo desde las antípodas de las fiestas de Pamplona, en donde los mozos corretean a los toros en las calles y mueren corneados o pisoteados, en donde la fiesta invita a celebrar con euforia la vida, a cantarla, a festejar el estar vivos, a desafiar siempre a la muerte para celebrar la vida, se puede combatir a los toros. En un mundo que quiere ser transparente, que desritualiza la vida hasta el extremo de hacerle perder su drama, los toros son imposibles de entender.

La continuación de los toros dependerá de una capacidad quijotesca de imaginar y ritualizar el mundo, la fiesta y la vida frente a lo irremediable de la sangre. Si no se arriesga, ¡cómo celebrar la vida! Arriesgar con serenidad cuando se tiene todo el peligro por delante, con la sangre mostrándose, dolor y fuerza, sin mover los pies, quieto.

Pero allí están esos extraños seres oponiéndose a la fiesta desde un convencimiento más que cuestionable: considerarse a sí mismos como los verdaderos humanos. ¡Olé!


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