miércoles, 28 de octubre de 2009

HISTORIA Y CONCESIÓN DE TROFEOS EN LOS ESPECTÁCULOS TAURINOS


Tomado de: Revista Los Sabios del Toreo
Por: José Luis García García
Presidente de la Plaza de Toros de Segovia
Inspector-Jefe del C.N.P.
fotografía: Alfredo Pastor

En los primeros tiempos del toreo, cuando el matador había desarrollado a satisfacción del público asistente al espectáculo su labor, era premiado con la carne del toro en canal, mas para poder retirar la misma del desolladero, debía acreditar su concesión mediante la entrega de las orejas de la res y así recibir tan preciado premio.
Sin embargo, la concesión de las orejas u otros apéndices, el rabo e incluso la pata en otras épocas, para premiar la faena realizada por el matador, es algo relativamente moderno, como moderno es el toreo a pie.
Así, según reseña José María de Cossío en su obra «Los Toros», no existe precedente de ello en la plaza de toros de Madrid situada junto a la Puerta de Alcalá, y tiene lugar la concesión de la primera oreja en 1876, en la plaza de toros de la Carretera de Aragón, es decir, a los dos años de haberse inaugurado esta plaza. José Lara «Chicorro» fue el afortunado torero de este evento y, si bien, ante lo realizado por el espada, los espectadores en su delirio demandaron le fuera concedido el toro, a lo que el presidente accedió, el matador cortando la oreja de la res, se la mostró seguidamente al público, consumándose así un hecho que nunca antes había tenido lugar. Pertenecía el toro, de nombre Medias Negras, a la ganadería de Laffite.
Será el Conde de Romanones, Don Álvaro de Figueroa, quien conceda no una sino las dos orejas al torero Leandro Sánchez de León «Cacheta» el 12 de mayo de 1898.
Más tarde, en 1901 fueron pedidas por el público madrileño las cuatro orejas de sus toros para el aficionado sevillano, que practicaba el toreo bufo, Francisco Serrano «Paco el de los peros».
Sin embargo, la primera oreja del toreo serio sería la conseguida por Vicente Pastor «Chico de la Blusa», un 2 de octubre de 1910, por una de las mejores faenas que realizó a lo largo de su vida torera. El toro, que se llamaba Carbonero, pertenecía a la ganadería de Concha y Sierra y resultó tan manso que hubo de ser fogueado. A pesar de todo, esta concesión, llevada a cabo por don Lázaro Martín Pindado que encarnaba la Presidencia aquella tarde, por desacostumbrada, provocó una fuerte polémica en la prensa. La segunda oreja concedida en Madrid lo fue a Rafael González «Machaquito» el 17 de mayo de 1911, que se la cortó al toro de Miura llamado Zapatero, en tarde en la que alternaba con Rafael Gómez «el Gallo», Vicente Pastor y Agustín García Malla, torero vallisoletano que aquella tarde confirmaba la alternativa.
La tercera oreja histórica fue la conseguida por Ricardo Torres «Bombita», el 14 de abril de 1912 al obtenerla del toro Judío, de Santa Coloma. Fue conocida como «La oreja del Rey», pues el presidente la concedió al ver sacar el pañuelo a S.M. Alfonso XIII.
Ya en la Plaza de Toros de Las Ventas del Espíritu Santo la cortó «Maravilla» en la corrida de ocho toros celebrada el 25 de mayo de 1933, alternando con Nicanor Villalta, El Estudiante y el rejoneador Simao da Veiga. También cortó «Maravilla» otra oreja a su segundo toro aquella tarde.
Será «Armillita Chico» el que consiga cortar las dos orejas a un mismo toro, y ello ocurrió la tarde del 13 de julio de 1933 en la que actuaba mano a mano con Domingo Ortega, que también consiguió las dos orejas de uno de sus toros, y los rejoneadores Antonio Cañero y Algabeño.
Pero será Juan Belmonte el que consiga el primer rabo en la historia de la plaza de Las Ventas; ello sucedió el 21 de octubre de 1934 alternando con Marcial Lalanda y el gitano de los ojos verdes Joaquín Rodríguez «Cagancho», después de matar el toro Desertor de la ganadería de doña Carmen de Federico. Siete días después se repite la efeméride y ahora es Marcial Lalanda quien consigue cortar el rabo a un toro de Sánchez de Terrones.
El día 2 de junio de 1935 Manolo Bienvenida en una tarde cumbre también consiguió cortar un rabo a un toro de Tomás Pérez de la Concha, alternando con «Cagancho» y Curro Caro.
El 22 de septiembre siguiente, el laureado con tan preciado trofeo será nuevamente Juan Belmonte en tarde histórica, pues también, Alfredo Corrochano consiguió otro rabo. Alternaba con ellos aquella tarde Marcial Lalanda que se marchó de vacío, y las reses pertenecieron cinco a Coquilla y una a Lorenzo Rodríguez.
Siete días más tarde, fueron Curro Caro y Lorenzo Garza los que consiguieron las dos orejas y el rabo, en tarde en la que también tocaron pelo Nicanor Villalta y Fernando Domínguez.
El 12 de octubre de 1939 confirmó en Madrid la alternativa Manuel Rodríguez «Manolete». En dicha fecha se celebró la tradicional corrida de la Beneficencia y, además de Juan Belmonte que rejoneó un novillo, actuaron los espadas Marcial Lalanda, Juanito Belmonte (también confirmante esa tarde) y Manuel Rodríguez «Manolete», que en el toro de su confirmación, según algunos escritores (Francisco Narbona, Filiberto Mira, Manuel de la Fuente), consiguió las dos orejas y el rabo, y sin embargo, los cronistas de la época (KHito, Clarito), en ningún momento hicieron referencia a tal éxito al referirse al resultado de la corrida y, por el contrario, sí que reseñaron la obtención de una oreja en el sexto toro de la tarde, que como sus hermanos pertenecía a la ganadería de don Antonio Pérez Tabernero, por lo que no tengo constancia fehaciente de ello, y de hecho la faena más recordada de Manolete fue la realizada al toro Ratón, de Pinto Barreiros el 6 de julio de 1944.
Por último, el 22 de mayo de 1972, durante la Feria de San Isidro, es Palomo Linares el que consiguió el rabo del toro Cigarrón de Atanasio Fernández, cuatro orejas y un rabo cortó aquella tarde alternando con Andrés Vázquez que obtuvo una oreja y Curro Rivera que también resultó triunfador al ser premiado con un total de cuatro orejas.
Por lo que respecta a la Real Maestranza de Caballería de Sevilla diremos que la primera oreja concedida tuvo lugar en la Feria de San Miguel del año 1915, el día 30 de septiembre. Esta Plaza ya construida con materiales sólidos lo es a partir de 1761; antes era de madera y había sido inaugurada en junio de 1734.
José Gómez Ortega «Joselito», fue el espada que obtuvo aquella primera oreja y lo hizo actuando en solitario en una corrida en la que se lidiaron toros del Conde de Santa Coloma y presidía el festejo el Concejal de la ciudad hispalense don Antonio Filpo. Curiosamente, al sacar el pañuelo blanco el presidente concediendo el trofeo la mitad de la plaza guardó el pañuelo y, se dice, que eran los belmontistas, quienes, junto al resto de los espectadores, habían solicitado la oreja de forma unánime, pero en el fondo tenían la esperanza de que el presidente no la concediera como era tradición. El toro, que estaba marcado con el número 131, se llamaba Cantinero.
Hecha esta introducción acerca de la historia de las primeras orejas concedidas desde el inicio del toreo a pie; de las primeras otorgadas en las dos plazas de toros más emblemáticas del toreo, así como el corte de los únicos ocho rabos habidos en la historia de la Plaza de Toros de Las Ventas, pasemos a analizar la forma de la concesión de los trofeos en los festejos taurinos, en definitiva el motivo de este trabajo.
A lo largo del presente vamos a analizar la forma que la norma reglamentaria prevé para el otorgamiento de los trofeos y el por qué en ocasiones se produce esa falta de sintonía del Presidente con los espectadores.
El primer Reglamento en regular la forma de conceder los trofeos es el de 1962, pues hasta entonces ninguno por los que se había regido la fiesta de los toros lo había contemplado; los trofeos se concedían teniendo como norma la costumbre.
La Ley de potestades administrativas en materia de espectáculos taurinos, otorga al Presidente la facultad de conceder los trofeos, y el artículo 82 del Reglamento que la desarrolla determina la forma de esa concesión.
El vigente Reglamento clasifica la forma de premiar a los matadores que intervienen en los espectáculos taurinos de la siguiente manera: saludos, vuelta al ruedo, concesión de una oreja o dos orejas del toro que haya sido lidiado y excepcionalmente el rabo de la res.
Cuando la faena realizada por el matador, el público entienda que debe ser premiada saludando aquél o dando la vuelta al ruedo, es solicitado mediante la correspondiente ovación más o menos prolongada, siendo, en este caso, el propio matador el que decide si corresponde o no a tal petición. De ahí que la dificultad para el Presidente no existe al no tener que tomar ninguna decisión y quedar a criterio del matador el aceptar recoger lo demandado por los espectadores.
Tampoco debe entrañar ninguna dificultad la concesión de la primera oreja, ya que, según dispone el propio Reglamento, será otorgada ante una petición mayoritaria por parte del público.
La única duda que al Presidente la pudiera surgir sería la de conceder la oreja o no ante una petición de la que pudiera existir la duda de esa mayoría en el número de solicitantes, pero es él quien debe apreciar la mayoría o no y, desde luego, cuando no exista duda acerca de la petición por ser ésta absolutamente mayoritaria, la oreja debe ser concedida independientemente de que la faena sea merecedora de ello o no, o que la suerte suprema no haya sido realizada correctamente en cuanto a su ejecución o que la colocación de la espada sea defectuosa. En este supuesto el público es soberano y el que acierta o se equivoca es él.
El Presidente valorará la petición en función de la demanda que exista mediante la «exteriorización tradicional» (artículo 33.7 del Reglamento), esto es, mostrando pañuelos el público en solicitud del trofeo. No es suficiente que la demanda se realice «in voce», puesto que el Presidente no puede cuantificar voces, es preciso, como antes se dice y el propio Reglamento determina, que se lleve a cabo mediante la exhibición de pañuelos o también objetos similares, pero que sean perceptibles por el Presidente.
Es frecuente que con ocasión de la celebración de un espectáculo taurino al finalizar el matador la faena del toro que le hubiera correspondido, sean solicitadas para él, por una mayoría, en ocasiones absoluta, las dos orejas de la res, cuando no los máximos trofeos, es decir, las dos orejas y el rabo y esta petición no sea atendida por el presidente del festejo, dando lugar a una reacción por parte del llamado respetable en forma de furibunda protesta contra la decisión tomada.
Será ante una demanda de concesión de la segunda oreja cuando las decisiones a tomar por el Presidente puedan entrañar mayor o menor dificultad. ¿Qué ha sucedido cuando el Presidente deniega esta segunda oreja ante una petición total y absoluta por parte de los espectadores? ¿Era intención del Presidente ir en contra de la opinión de aquéllos sólo porque sí o pretendía enfadar a la concurrencia? Sencilla y rotundamente no. A ningún Presidente le agrada que le abronquen y mucho menos que le insulten por tomar una decisión de este tipo; resultaría más sencillo, indudablemente, conceder que denegar las orejas. Lo que ocurre es que para la concesión de la segunda oreja el Presidente ha de realizar una serie de valoraciones sobre diferentes aspectos de la lidia que seguidamente analizaremos, los cuales, generalmente, pasan desapercibidos para el público y únicamente se dan cuenta de ello los escasos aficionados que asisten al festejo que, además, conocen el arte del toreo, el toro y sus condiciones morfológicas y encastes de procedencia, así como su comportamiento durante la lidia y, lógicamente, las disposiciones legales a que están sometidos los espectáculos taurinos, en especial el Reglamento.
Con frecuencia, sobre todo en los medios de información, escuchamos: ¿Tenía razón el Presidente al denegar la oreja –estamos hablando de la segunda–, cuando toda la plaza estaba en su contra? ¿Se equivoca toda una plaza y sólo él tiene razón?
Pues, teniendo en cuenta las valoraciones que pasaremos a exponer, al margen de protagonismos y, desde luego, de falsas modestias, la mayoría de las veces, efectivamente, el Presidente estaba en lo cierto, en posesión de la razón, de la misma forma que con harta frecuencia vemos cómo un árbitro de fútbol que no señala un penalti que reclama todo el estadio acierta, porque no se había cometido la infracción y, sin embargo, su opinión difiere de todos los espectadores.
Cuando no se ha toreado, sino que el espada lo que ha realizado ha sido dar pases, gran parte del público solamente ha percibido la parte estética o plástica de la faena, sin entrar en otras valoraciones, posiblemente por desconocimiento. Sólo así se explican esas peticiones desmesuradas de orejas y esas actitudes del público que, en ocasiones, se ven, en las plazas de toros, de faenas no ya merecedoras de dos orejas, sino tan siquiera de una.
Dice el Reglamento que «...la segunda oreja de una misma res será de la exclusiva competencia del Presidente, que tendrá en cuenta la petición del público, las condiciones de la res, la buena dirección de la lidia en todos sus tercios, la faena realizada tanto con el capote como con la muleta y, fundamentalmente, la estocada» (art. 82.2 del Reglamento).
Ya no depende la concesión de esta segunda oreja sólo de la petición del público, aunque ésta haya de ser tenida en cuenta por el presidente y cuya apreciación ya ha quedado reflejada.
Un segundo hecho que ha de tener en cuenta son las condiciones de la res, esto es: la casta, la bravura o la mansedumbre, el genio o la nobleza, la fuerza o falta de ella, el sentido, el comportamiento de la misma durante los tres tercios y sobre todo en la suerte de varas, así como los cambios que durante el desarrollo de la lidia van experimentando los toros, y todo ello para tener en cuenta la forma en que se acopló el matador a las mismas y, por tanto, llegar a conocer el nivel a que ha estado en función de estas condiciones.
Otro factor a tener en cuenta es la buena dirección de la lidia, es decir, que la secuencia de ésta discurra dentro de un orden; que quien organice las distintas fases de la lidia sea el propio matador, pues él es quien dirige la lidia de las reses de su lote, aunque no pueda oponerse a las indicaciones o correcciones del espada más antiguo, a quien corresponde la dirección artística de la lidia.
Así, el Presidente tendrá en cuenta la forma de correr y parar las reses a la salida de toriles, la colocación de los picadores en el ruedo y la forma de llevar el toro al caballo, así como la de sujetar aquél hasta iniciarse la suerte de varas, sin que se le den capotazos inútiles; el interés que muestre el matador, interviniendo en todo momento que sea preciso para el buen desarrollo de la lidia o, por el contrario, su falta de interés inhibiéndose de la lidia y dejando ésta en manos de sus subalternos; estar presto a «quitar» el toro del caballo impidiendo que sea masacrado en varas o que se continúe la suerte con un puyazo defectuoso; que cada lidiador esté en su sitio tanto durante la suerte de varas como la realización del tercio de banderillas.
Igualmente observará con detalle la realización de la faena tanto con el capote como con la muleta, y hablamos de faena no de pases sueltos; uno de los pilares del toreo radica en la ligazón o continuidad de los pases; los otros tres son parar, mandar y templar, es decir, recibir al toro sin mover los pies, sin enmendarse, hasta que llegue a jurisdicción y realizar la suerte cargando la misma; obligarle a seguir el engaño, empapado en el mismo, por donde quiera el matador y no por donde quiera ir el toro y adecuar el movimiento del engaño a la velocidad de la embestida del toro, para así atemperar ésta hasta conseguir que se acople a la velocidad con que el torero maneja la muleta. En otras palabras, como le oí en numerosas ocasiones a Manolo Escudero, parar, llevar, desplazar y recoger. Es fundamental ver la colocación del torero, la forma de realizar las suertes y manejar el engaño. El toreo se practica «de arriba abajo y de fuera a dentro». Tendrá en cuenta, además de las características de la res, las dificultades de la misma, la variedad y pureza de la faena y, también, por supuesto, las dificultades ambientales, como pueden ser la lluvia, el viento y la presión psicológica, si es que existieran.
Como dijo Gregorio Corrochano «La faena más perfecta es aquella en que el toro cae herido en el mismo sitio que se le dio el primer pase. Siempre se señaló como defecto el terminar lejos de donde se empezó la faena y dar la vuelta al redondel, sin saber qué hacer con el toro».
Por último juzgará la estocada que, como el propio Reglamento determina, es fundamental para la concesión de la segunda oreja. Porque es la suerte suprema. «No se debe conceder una oreja, aunque se haya toreado bien, si se ha entrado mal a la estocada; aunque el toro ruede de la mala estocada», en palabras de Corrochano. Tendrá en cuenta si la elección de los terrenos para llevar a cabo la ejecución de la suerte es la adecuada a las condiciones del toro; la forma de ejecutar la suerte y la colocación de la espada, así como si la estocada era la precisa, al volapié o recibiendo, pues otras suertes como la de a toro arrancado, aguantando o a un tiempo se pueden considerar intermedias de aquéllas.

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