viernes, 12 de diciembre de 2008

Una fiesta cultural/ Reece


Publicado en el Diario El Universo 1 diciembre de 2008


Por Alfonso Reece D. areece@wales.zzn.com


Por cultura, en general, debe entenderse todo lo que hace el ser humano en tanto es humano. Entonces comprende todo lo que hacen los hombres, salvo sus funciones fisiológicas e instintivas. Incluso se debe considerar cultura a aquellas creaciones de la inventiva humana, que lo ayudan a cumplir necesidades estrictamente biológicas, como la cocina de alimentos, la fabricación de ropa y la construcción de casas. La industria, la agricultura, el comercio son otras manifestaciones de la cultura, tomada en este amplio sentido.

Pero existe una "gran cultura" o una "cultura culta". Es el conjunto de manifestaciones que no procuran satisfacer necesidades básicas, sino que se plasman en realizaciones sin "utilidad", en el sentido más primario. Estas son, sobre todo, las artes y el "pensamiento", palabra esta con la que se quiere englobar la filosofía y otras disciplinas especulativas. Es por eso que los ministerios y casas de la Cultura se dedican a administrar estas actividades, dejando de lado, por ejemplo, la contabilidad y los aviones, que en el sentido amplio también son realizaciones culturales.

Existen artes utilitarias, aquellas en las que se producen objetos con un uso práctico, como la ropa y los muebles. Y están las artes puras, las "bellas artes", cuyos productos no tienen más utilidad que la contemplación de los mismos, su función es generar un goce estético. La doctrina clásica las reduce a seis: pintura, escultura, arquitectura, literatura, danza y música. Esta enumeración resulta exageradamente restrictiva a menos que ciertas disciplinas se consideren géneros de las clásicas. Así por ejemplo, podemos decir que la joyería es un género de la escultura, o la fotografía una forma tecnologizada de la pintura.

¿Es la tauromaquia, la lidia de toros, un arte? Si pensamos que es una actividad sin sentido práctico, destinada a producir exclusivamente un goce estético, debemos considerar que es un arte. Su belleza proviene de la eficacia y gracia de los movimientos y gestos del torero, por tanto, ha de clasificarse como un género de danza. Una danza a la que su juego con la muerte real le otorga un profundo dramatismo. Hay quienes no aprecian, no entienden, esta manifestación artística, al igual que a mí no me gusta la salsa. Pero jamás se me ocurriría promover la prohibición de esa danza caribeña, a la que no le encuentro encanto.

Las corridas de toros constituyen una expresión completamente encarnada en la cultura ecuatoriana, que está presente en todas las regiones del país con variantes y matices que la hacen diferente a las de otras latitudes. Incluso en Quito, donde se procura ceñir las corridas a los cánones ortodoxos españoles, tiene características muy propias, siendo no la menor el hecho de ser una auténtica fiesta, que se celebra con regocijo y jolgorio únicos.

La tauromaquia tiene casi 500 años por estas tierras. Se lanceaban toros a los pocos años de llegados los conquistadores. Tan asolerada está la fiesta que ya en el siglo XVII aquí hubo autoridades autoritarias empeñadas en prohibirla, como el tristemente célebre inquisidor Juan de Mañozca, a quien se empeñan en imitar ciertos funcionarios que quieren pasar por modernos.


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