Por Gonzalo Maldonado Albán
11/30/2008
11/30/2008
Diario El Comercio
La fiesta de los toros siempre tendrá detractores. A diferencia de otras artes -como la poesía o la música- el toreo es más difícil de comprender porque escenifica de forma impresionante temas atávicos como el dolor y la muerte.Ver sangre, un toro sin vida o un torero gravemente herido es algo que mucha gente no resiste. A esas personas, el arte del toreo les ha sido negado y nada de malo tiene aquello. Un daltónico jamás apreciará los matices de un cuadro impresionista; y un fumador empedernido nunca identificará todas las notas de un vino complejo.Quienes no disfruten o no entiendan la fiesta taurina simplemente deben ignorarla. El disgusto o la antipatía que esas personas pudieran tener por la fiesta de los toros no les da el derecho de imponer sus valores a quienes ven al toreo como una cultura que cultiva grandes valores estéticos y morales.Este año, la persecución contra los aficionados a los toros ha llegado a niveles histéricos, pues incluso se ha planteado que los menores de edad no puedan entrar a una plaza aun cuando fueran acompañados de sus propios padres. Incluso, he visto gente que se ha atrevido a descalificar a quien ha dicho ser un seguidor del toreo.¿Qué está sucediendo? Estas manifestaciones de intolerancia se deben, en parte, a que demasiada gente ha echado a perder su sentido del gusto por abrazar la cultura ‘light’ y los mandamientos de la corrección política.Por ofrecer explicaciones edulcoradas a cualquier problema, estos códigos facilistas han hecho que las personas rechacen la noción de la tragedia, un invento griego que ha sido recreado magníficamente por la fiesta de los toros.¿Cómo acercarse al arte del toreo sin caer en el prejuicio? Talvez la mejor manera sea de la mano de un escritor ‘heavy’ y políticamente incorrecto: Ernest Hemingway. Su segunda novela, Fiesta, el sol sale para todos, es, entre otras cosas, una historia de amor por la tauromaquia.Los personajes de este libro -anglosajones que en el mejor de los casos veían al toreo como un espectáculo ‘exótico’- entienden la gravedad que significa ponerse delante de un toro de lidia cuando asisten a unos Sanfermines. Aparte del jolgorio propio de cualquier festejo, encuentran que las corridas de toros honran el coraje, el honor y el estoicismo, valores que ellos creían exclusivos de su cultura. Llegan a admirar el talante sobrio y controlado de los toreros cuando se encuentran en situaciones de intenso dolor físico. Entienden que en ese autodominio está una de las claves de la belleza de este espectáculo ancestral.Finalmente, el lector llega a ver que lo que anima a quienes participan en la fiesta taurina es un profundo amor por la naturaleza y por ese animal portentoso que es el toro de lidia.
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