Por Conrado Roche Reyes
Periódico Por esto, 2 de septiembre de 2005
Arthur Miller acudía por primera vez a los encierron de San Fermín, en Pamplona. En posterior rueda de prensa, la inevitable pregunta: ¿Qué le ha parecido? Miller contestó: "Bueno, es una experiencia única. He asistido a un espectáculo donde se da la circunstancia de que son los animales quienes corren detrás de las personas y no al contrario como ocurre siempre". Sutil respuesta difícil de captar. Después, asistió a la corrida propiamente dicha. Ahora se habló de la fiesta de los toros. En la rueda de prensa afirmó la fascinación que le produjo la corrida y cuanto le rodea. Miller destacaba la "prueba" que suponía colocarse enfrente de un toro. También logró captar la esencia, la filosofía y el arte del toreo. El componente estético y plástico llamaron su atención. Jamás, en ningún momento hubo referencia alguna, ni siquiera tangencialmente a los manidos argumentos con los que los detractores de la fiesta y con lo que están tratando de forjar su propia leyenda negra aluden.
Ponemos como ejemplo a Miller porque es de las antípodas del sentimentalismo o folclorismo, o machismo de cualquier intelectual. Nadie más directo para escribir y hacernos creer hasta lo increíble.
Es por eso inexplicable que ciertos pequeños grupos acudan todos los domingos a la plaza México a reivindicar, a reivindicarse con la vida. Me ha tocado de compañero de tendido a un irlandés que sabía más de toros que de James Joyce y se supone que los europeos son los más cultos y sensibles del mundo. A éste, lo encontré en pleno goce de una gran faena. No me explico ese afán de los defensores de los animales de tomarla contra la fiesta. Y lo patéticas que se ven algunas de estas "protestantes" que acuden con ropajes prehispánicos.
Qué tiene que ver una cosa con la otra? Es en realidad lo esperpéntico de la idiosincrasia y el protagonismo. Dicen como argumento que el torero acude por su propio gusto a su encuentro con la eventual muerte, no así con el pobrecito animal (que a veces, más de lo que se imaginan, sale triunfador de este trance) que de todas maneras será sacrificado en la soledad y lobreguez de un rastro entre mugidos de dolor.
Enfoquen sus energías a otras cuestiones más apremiantes. A lo que sobajen en un banco, haciendo largas colas llueve o truene a cobrar miserable pensión, acude también, y no por gusto, nuestros jubilados y pensionados.
Los menesterosos, los desarraigados, esas sí son en realidad especies en peligro de extinción y por la sistemática mano del hombre en el caso de los ancianos, los desamparados y los niños. ¡Ah! pero ahí sí existe peligro real (no digo que los vayan a torturar), pero sí el de perder la chamba, canongías, la lana para la "asociación", etc.
Alguien tan docto como Gregorio Corrochano expresaba que la nómina de extranjeros ilustres bastaba para conducir los destinos de la fiesta, en hermosa metáfora. Cómo olvidar a Hemingway, de momento, apuntillemos con las palabras del francés Alejandro Dumas: "El hombre y el animal se encontraron cara a cara. El hombre tenía una espadita fina, larga y afilada como una aguja. El animal tenía, por su parte, su fuerza inconmensurable, sus terribles cuernos y sus patas, más rápidas que las patas del más rápido caballo. En realidad, el hombre era muy poca cosa para aquel monstruo. Solamente que la inteligencia resplandecía en la mirada del hombre, mientras que el fuego de la ferocidad brillaba en la del toro. Era evidente que el toro tenía la total ventaja en esta lucha desigual, sin embargo, el fuerte era el que debía sucumbir, y el débil quien debía vencer con su inteligencia humana".
Nada vale más que una vida humana. Como lo quieran poner. Y es que en la versión mexicana de Pamplona, la "Huamantlada", hubo 34 heridos, 4 de ellos muy graves, en trance de muerte. Si esto les hace felices, entonces me parece que los salvajes son otros, no nosotros los taurófilos
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